Valencia
Un voluntario y un guardia
Era una de tantas imágenes que se reciben a diario en las redacciones, una fotografía de agencia que tampoco recibió honores de portada, un espacio finito que en estos días es patrimonio casi exclusivo del Mundial. La reprodujeron los diarios, aunque algunos la relegaron al ostracismo del blanco y negro, ese reino del gris que resta resolución pero añade dramatismo. Era una fotografía ordinaria por su temática aunque extraordinaria por su carga significante y su oportunidad. Un ejemplo de fotoperiodismo preclaro. Sentados en los pretiles del puerto de Tarifa, centenares de inmigrantes se apiñaban a pérdida de vista, embutidos en las reglamentarias mantas fluorescentes con, por toda asistencia autóctona, un voluntario de la Cruz Roja y un guardia civil al fondo. (Un operativo de dos mil personas, incluida media docena de ministros, recibió a los 629 pasajeros del Aquarius en Valencia, ¿no se le cae la cara de vergüenza a nadie?) Los estudios más serios e independientes, valga la redundancia, sobre flujos migratorios subrayan la responsabilidad de Marruecos en estas oleadas repentinas que se producen, oh casualidad, cuando el reino alauita negocia algún convenio bilateral con la Unión Europea o con alguno de sus miembros: es el caso de este verano y los acuerdos de pesca, de ahí que Pedro Sánchez haya ponderado «el firme respaldo alemán en nuestras conversaciones con los países de tránsito». Que traducido resulta: Berlín manda euros para untar a Mohamed VI, cuya gendarmería es para las pateras incluso más disuasoria que los temporales de levante. Saldría más a cuenta repartir ese pastón entre los cuatro balandros mal contados que van quedando en las cofradías y subcontratar la captura de atunes, pero la geopolítica debe tener razones que ni siquiera la economía no entiende.
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