Literatura
Antonio Colinas viaja a su interior con las «Memorias del Estanque»
El poeta bañezano repasa los «momentos esenciales» de su vida y se desnuda ante el lector con semblanzas inusuales incluidas
«Yo fui un niño muerto. El agua me devolvió a la vida. Ardía el aire de agosto y ardía mi cuerpo a causa de la fiebre. Me humedecían los labios levemente con un algodón. Pero no bastaba: el cuerpo no respiraba. Todos lloraban. Sin embargo, llegó la tormenta de agosto. Llovía con fuerza y la humedad se posó en mis ojos y en mis labios: hasta mi piel. El niño muerto se levantó sin ayuda del lecho. Y sonreía».
Con esas palabras el poeta bañezano Antonio Colinas inaugura sus «Memorias del estanque» (Siruela, 21,95 euros), una mirada a su propio corazón donde repasa los momentos que han sido esenciales en su vida: los que le ayudaron a su propio «crecimiento interior» y también a ser permeable a otras culturas, que aparecen entre las páginas salpicados de semblanzas inusuales de algunos de los escritores más notables del pasado siglo.
En la obra, que califica como «un viaje interior», Colinas rememora con serenidad e intensidad momentos como los años de su infancia en La Bañeza, sus primeras lecturas, su historia de amor, su estancia de cuatro años en Italia, sus viajes, los 21 años que pasó en Ibiza, las amistades forjadas, o su llegada a Salamanca, donde reside desde hace 17 años («Salamanca no está todavía en mi memoria, sino en mi vida diaria», escribe). «De la misma manera que nunca vencí en la vida y que sólo en algunas ocasiones he convencido, tampoco he ido adonde quería ir sino adonde la vida me ha llevado», resume.
Según reconoce a Ical, el Premio Castilla y León de las Letras 1998 evita el formato de las memorias al uso, y refleja «lo esencial de una vida» a través de una mezcolanza de géneros que transmite al texto una intensidad y un ritmo muy reconocibles. Todo ello lo consigue a partir de un planteamiento formal diferente, ya que a lo largo de las 400 páginas del volumen es el propio escritor quien dialoga con una alberca: «Yo le pregunto por mi vida, y el estanque me responde y me va hablando de mi pasado. Es la memoria la que va respondiendo».
«Estanque de la isla. (...) Tú despiertas aquello que fue en mi vida viaje interior», aunque no me permitas ir demasiado lejos con los recuerdos. Porque todavía debo ir ‘más allá’. Tú me vas a ayudar en este diálogo que los dos vamos a entablar. El temblor de tu agua me hablará sin palabras, me desvelará la memoria de cuanto fue esencial en mi vida», escribe.
En ese juego literario, Colinas llega a preguntarse para qué se sitúa frente al estanque, y responde de inmediato: «¡Quién sabe! Acaso para escribir esas palabras últimas que siempre deseo escribir, para saber lo que he sido y lo que debo evitar ser en estos momentos. Pero tú siempre me acabas devolviendo al no-ser, al no-saber, que es el saber último».
Dar forma al libro, donde Colinas aborda episodios que «nunca antes» había contado de su vida, ha supuesto para el escritor «una tensión muy fuerte». «He trabajado en él con gran intensidad y ha supuesto una prueba, porque me ha obligado a una inmersión súbita en el pasado», relata.
Estructurado en dos grandes bloques, tres cuartas partes del libro se corresponden con las memorias en sí mismas, quie siguen un desarrollo cronológico en lo personal y lo profesional, levemente alterado por referencias que hacen viajar al lector y al protagonista en el tiempo y espacio.
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