Literatura

Castilla y León

Jiménez Lozano se retrata, irreverente e irónico, en «Memorias de un escribidor»

Vida y letra se confunde en este «divertimento» de evocación autobiográfica del universal escritor

Maestro de la ironía subversiva, pintor de paisajes humanos y transeúnte de caminos secundarios, el narrador José Jiménez Lozano acaba de publicar «Memorias de un escribidor» (Confluencias) con el heterónimo de Idro Huidobro, el amanuense que ha glosado todos sus afanes vitales y literarios. Vida y letra se confunden en este «juego de ironías», de evocación autobiográfica, que no es exactamente una memoria personal, tampoco un ajuste de cuentas, ni un descargo de conciencia: de difícil clasificación como es la persona y la obra del Premio Cervantes.

«Se trata de un divertimento o juego de ironías. El escribidor puedo ser yo, pero no puedo ser yo, pero tampoco puede ser verdad que me encuentre con Tolstoi y todo lo demás», explica este poeta, ensayista y novelista dotado de un instinto creativo al margen de modas, corrientes y cenáculos. Este afán de marginalidad, de quien voluntariamente se sitúa al margen del discurso y la verdad oficial, gravita sobre este relato construido sobre hechos reales de su biografía personal pero que deforma con anacronías y viajes imposibles para tratar de explicar las coordenadas que han regido en toda su trayectoria literaria.

Este afán de marginalidad, de quien voluntariamente se sitúa al margen del discurso y la verdad oficial, gravita sobre este relato construido sobre hechos reales de su biografía personal pero que deforma con anacronías y viajes imposibles para tratar de explicar las coordenadas que han regido en toda su trayectoria literaria. «Puede ser surrealismo, un divertimento en suma. En cualquier caso, mi lector lo entenderá bien porque además ni hay nada que entender», resume el autor de una fábula que gira en torno a los desvelos de un escribidor.

Entre líneas se aprecian las trabas que padeció en los setenta con la publicación de su primer libro («Historia de un otoño»), los reproches a una poesía que ni en temática ni en métrica observaba el canon oficial, el desprecio general hacia la filosofía, la historia y la belleza antiguas, y el desconcierto de la crítica hacia su obra, incomprendida y no bien tratada por ello. En estas páginas, recuerda al obispo Alonso de Madrigal «El Tostado» para afirmar que «ya nadie lee», e invoca a Cervantes para lamentar la dictadura de los poderes fácticos que en su época le desbarataron hasta «hacerle trizas». «Un lápiz y un trozo de papel son suficientes para fraguar la verdadera literatura, la que aflora con la luz de los candiles tras sentir curiosidad y ver y oír y tocar todo lo que hay en el mundo, y pegar la hebra con cualquiera, en persona o por lo escrito en un libro, porque así se hacen las poesías y escrituras», certifica Jiménez Lozano en esta autobiografía fingida.

Cuestiona el poder fáctico de las redes sociales

«¿Cómo vas a llegar a ninguna parte y hacer carrera en un país como España que es tan plural, si no estás al tanto y no tienes el carnet que hay que tener en cada momento?», explica uno de los protagonistas de este relato donde Jiménez Lozano se cuestiona el poder fáctico de las redes sociales y la deriva de una sociedad que ha postrado a las humanidades.