Roma

Un Papa en Navidad

La Razón
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Estos días me trae a mal traer el comentario que ha suscitado en algunos espíritus el lenguaje del Papa Francisco, el pastor de las ovejas descarriadas como yo que, gracias a él, sienten de nuevo el calor del buen rebaño: -este Papa dice lo que siempre ha dicho la Iglesia, sólo que de otra manera. Es como el vino que antes se servía en una copa y ahora en un vaso corriente.

¿Cómo es posible escuchar a Francisco y no sentir que es el presente mismo el que toma la palabra? ¿cómo no escuchar en su voz el eco de otras voces pocas veces oídas antes con tamaña claridad? ¿cómo acercarse a la roca de la fe de Pedro sin temer el oleaje del mar golpeando esa roca? Si en algo me afianza este comentario es en mi certeza de que vivimos como si cada día fuera solo un día más. Lo nuestro, más que pasar por la vida, es verla pasar. Ver pasar los días, los meses y los años. Ver pasar las generaciones como las modas, los gobiernos de turno y hasta los Papas de Roma. ¡Todo pasa! Servido en vaso o en copa, ¡qué importa!

Pero a mí, al menos, me importa y mucho. Cada Navidad viene Dios al mundo, servido en un vaso corriente. Encarnaciones de lo divino ya se conocían en civilizaciones mucho más antiguas que la cristiana. Pero eran encarnaciones servidas en copa de cristal de roca. La novedad cristiana no está en el contenido sino en el continente. El continente lo cambia todo. Bebida la humanidad en una copa, sabe a poco. Pero, bebida en un vaso común, sabe a mucho, a la suerte de tantos como vienen cada día a este mundo nuestro y no son recibidos. Ni siquiera esperados.