Barcelona
Adele emociona y divierte a un entregado Sant Jordi que llora y ríe con ella
Albert Einstein decía que Dios no juega a los dados con el universo y estamos hablando de un señor muy listo. Einstein, sin duda, sería un fan de Adele, porque está claro que no hay estrellas globales como ella por casualidad. La cantante británica demostró ayer en el Palau Sant Jordi que no sólo tiene una voz increíble, y una capacidad asombrosa para escribir canciones que hacen llorar, sino que además tiene el carisma suficiente para aguantar ella sola un concierto.
Era el primero de sus dos conciertos en Barcelona y la expectación era máxima por ver en directo a una artista que de su último disco ya ha vendido 17,5 millones de discos a nivel mundial, algo que hacían muy pocos hasta cuando la gente todavía compraba discos. A primera vista, el público de esta artista es de lo más heterogéneo, algo que debería aplaudir todo el mundo, pero que incomprensiblemente algunos desprestigian, sobre todo los que no gustan a nadie. Quizá no sepan aplaudir y en lugar de sentirse estúpidos, prefieren creer que los estúpidos son los demás.
Cuando se apagaron las luces y de una enorme pantalla aparecieron los ojos gigantes de Adele, el ruído fue ensordecedor. Y eso que sólo era una imagen fija. Quizá se asustaron por si eran a tamaño real. Está bien que una artista sea grande, pero no que mida nueve metros. Aunque seguramente gritaban para descargar la ansiedad de la espera porque a los pocos segundos, con los primeros acordes de «Hello», apareció la cantante, y aquello ya fue una locura.
Adele surgió en una tarima central, elevada desde el suelo, con su tradicional vestido negro con reflejos brillantes, y cuando empezó a cantar se hizo el más respetuoso silencio. Aquello prometía. A partir de aquí, la cantante fue desgranando sus grandes éxitos que con sólo tres discos no son numerosos, pero su repertorio tampoco se resiente demasiado. «Hometown glory», con imágenes de Barcelona. y ««One and only» desgranaron desde el principio los diferentes registors de Adele, que abarca del pop grandilocuente y épico al soul y el R&B más calmo. Con «Rumour has it» y «Water under the bridge» la intensidad bajó un poco, pero pronto llegó «Skyfall» para que todos se sintiese un poco James Bond y desease acabar con los malos.
Lo que sorprende de Adele es su capacidad para comunicar con el público, porque habló y habló y habló y si hubiese sido el lobo, hubiese tumbado sin duda la casa de ladrillo del listo de los tres cerditos. Alguna visita de alguien del público al escenario, mirando a la derecha, siempre bien arropada por una banda de una docena de músicos, sirvieron para dar aire a un show centrado siempre en esa portentosa voz y sus canciones.
Con el arreón final de «Chasing Pavements», «Someone like you» o «Rolling in the deep» se despidió de su público, hoy un poco más fans de la artista que ayer.
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