Presentación
Aprender Historia
Cualquiera que haya pasado por primero en la facultad de Derecho en la Universidad de Barcelona, conoce el libro de Historia del profesor Iglesias. Mil doscientas páginas que resumen dos mil años de leyes y que servían para aprobar la considerada por muchos como la asignatura más difícil de la carrera. Ponía a prueba tu capacidad memorística, a la par que contribuía a generar una animadversión profunda hacia la historia entre futuros juristas. La Historia pone de manifiesto una de los mayores complejos del Derecho como disciplina científica, su historicidad. El Derecho es relativo al momento y al lugar. Es incapaz de establecer verdades absolutas. El propio sistema se protege de manera sibilina, generando patrones que contribuyan a apartar de la ecuación aquello que evidencia su carácter relativo, la Historia.
Si damos un paso hacia atrás y observamos cómo se nos enseña la Historia desde que empezamos de pequeños a aprenderla, el mismo patrón se repite en el colegio. Un modelo que premia tu capacidad de memorizar (y olvidar) y que nos cuenta una historia, la de aquellos que la sobrevivieron. El trato que se le da en las facultades de Derecho no es exclusivo pues de la Universidad. Aprendemos la Historia para repetir unos patrones concretos y así perpetuar el status quo. Ese es el cometido que socialmente le hemos asignado en la educación.
La Historia puede ser un vehículo para empatizar y entender a nuestro vecino. Cuando hacemos ese ejercicio de alejarnos de nuestros prejuicios e ideología (sin renunciar a ella), tratando de entender los motivos de nuestro adversario, reconocemos la realidad tal y como es. Y ese es un movimiento que posibilita el debate. Un ejercicio tremendamente sanador y el previo paso para romper cualquier patrón en forma de conflicto. Éste debería ser, creo yo, el cometido de la Historia en cualquier proceso de aprendizaje.
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