Teatro
Contra el machismo, mucho y mucho teatro
Marc Rosich pinta diferentes cuadros de hipertrofia patriarcal en la comedia de terror «ASAP»
Quien quiera ver monstruos, los puede ver por todas partes. Puede que no tengan grandes fauces, ni ocho extremidades, ni siquiera una epidermis escamosa con una de esas bocas que se abren y abren y abren y parecen enseñar el fondo del infierno. Porque quien quiera ver monstruos, lo podrá ver en un padre que grita a su hija, que no entiende nada porque acaba de hacer lo que ha hecho su hermano y a éste no le ha dicho nada. O a un hombre de edad que le pide a su sobrina favorita que no sea rencorosa, que si su marido vuelve, le perdone, porque pobrecillo, es un hombre. O incluso en ese marido que aplaude y aplaude sus hazañas y sus coqueteos, mientras en casa desprecia y socaba la confianza de su mujer sin ni siquiera imaginar que esté haciendo nada malo. «¡Yo no engaño a nadie!», dice.
Quien quiera ver monstruos, los hay por todas partes, aunque las historias góticas de terror a veces camuflan el verdadero horror, estos comportamientos denigrantes hacia la mujer, o lo que es lo mismo, hacia el ser humano. Porque da mucho más miedo un machista que reclama su derecho a ser ¡HOMBRE! que uno de esos canes de quince metros y tres cabezas que dominan las pesadillas de los niños. Las pesadillas adultas siempre son peores. Si al menos todos esos machos alfa les colocásemos un cencerro nos avisarían a tiempo de que se acercan y podríamos defendernos aunque sólo fuera con chanzars, sátiras e ironías.
Al menos eso es lo que parece haber hecho el dramaturgo y director Marc Rosich, que ahora presenta en la Sala Atrium el montaje «ASAP (Actes de Solidaritat Amb el Patriarcat)». La obra es como una serie de viñetas de diferentes comportamientos tan habituales e identificables como terroríficos en realidad que, a traves del absurdo de su origen, se magnifican en espectros grotescos que llevan a la carcajada y el desasosiego. Porque el espectador ve algo imposible, por todo lo exagerqado de la propuesta, pero que sucede, por la verdad que esconde, y este contraste crea un vértigo catártico que desenmascara toda la hipocresía que estos micro actos esconden.
De esta forma, la obra hilvana las historias de varios machistas que no se avergüenzan de serlo, denunciando así los abusos del heteropatriarcado. «Los machistas irreductibles son un tema muy actual en un momento como el que estamos viviendo, en el que las fuerzas retrógradas y conservadoras no tienen miedo de exhibirse», exclamo Rosich en referencia al resurgimiento de fuerzas como las de VOX.
Textos vigentes en el tiempo
Las diferentes escenas que se yuxtaponen en la pieza fueron escritas hace mucho tiempo y demuestran el carácter endémico del problema. Algunas fueron escritas hace 15 años, en una obra bautizada entonces como «Unhappy meals». Otras, sin embargo, son más nuevas, pero todas coinciden en el tono y en el fondo perturbador de los comportamientos que reflejan. «El objetivo es que se te pongan los pelos de punta mientras te ríes. Las actuaciones y los personajes son reconocibles, pero no son realistas, sino que tienen un punto de absurdo», asegura el creador.
Dos actrices, Carla Ricart y Alba Pujol, y dos actores, Xavier Pàmies y Joan Sureda, interpretan todos los personajes, en un escenario frío, sórdido y distante, que anima al análisis.
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