¿De quién es la voz de las risas enlatadas?

Los hilarantes cuentos S. J. Perelman o las novelas de Gilbert Sorrentino llegan por primera vez a las librerías.

En Munising, un pequeño pueblo del estado de Michigan, al norte de los Estados Unidos, se realizó un extraño experimento. Estábamos en 1971 y se reunió a las 126 personas de la localidad en un mismo teatro. Primero, se las proyectó una película, «Ducksoup», de los hermanos Marx. Después, vino el cómico Jonathan Winters, que realizó uno de sus alocados «shows». Y, por último, se les dio un libro con una selección de los mejores cuentos de S. J. Perelman.

Después de grabar sus carcajadas en cada actividad, quedó claro, ante su sorpresa, que las más hipnóticas y contagiosas eran las de los cuentos de Perelman. Cuando oyeron la de los hermanos Marx, se asustaron, pues si cerrabas los ojos parecían caballos desprendiéndose de un acantilado. Cuando oyeron las de Jonathan Winters, también sintieron cierto repelús, pues si cerrabas los ojos parecía el ruiido que una gallina y un perro harían si se amasen apasionadamente. Pero cuando oyeron los de Perelman, ni les dio tiempo a cerrar los ojos, empezaron a reir como si no hubiese campana. A partir de 1972 todas las series cómicas empezaron a escuchar estas carcajadas en las risas enlatadas y fue la edad de oro de la comedia.

Un hombre orquesta

La editorial Contra recuperó a principios de año los mejores cuentos de S. J. Perelman en el libro «Perelmanía». Son 42 relatos, una pequeña muestra de los 560 que escribió, pero lo suficiente para descubrir al que ha sido descrito por Woody Allen, Tom Wolfe, Dorothy Parker, John Updike, Eudora Welty, Kurt Vonnegut, Gore Vidal, E. B. White y Bill Bryson como «el escritor más divertido del mundo». Esta es una descripción fonética de los ruídos que ocurren tras la lectura del relato «Azótame, papi posimpresionista». «ji ji ji ja ja ja ahhha ahhhhaaa pon pon pon, qué, te pasa algo, no, no, déjame, estoy leyendo, ¿seguro?».

Por supuesto, Perelman es famoso por los guiones que hizo para los hermanos Marx como «Monkey Business» o por el de «La vuelta al mundo en 80 días», por el que recibió un Oscar. Sin embargo, aquí permanecía prácticamente inédito, salvo su destartalada e hilarante versión de «Los robinsones suizos» en la novela «Los Robinsones Perelman» en que ponía a su propia familia en la diatraba de quedar encerrados en una isla desierta. La recuperación de su mayor legado, sus cuentos, no deja de ser una gran noticia. «El dudoso privilegio de un escritor freelance es que tiene la libertad de morirse de hambre en cualquier parte. Su única obligación es divertirte», comentaba el autor de «Para mí lo eres todo, más impuestos municipales».

Otro de los múltiples admiradores de este genio del humor fue el escritor Gilbert Sorrentino, el más pobre y desafortunado de los escritores posmodernistas, pero también el más divertido. Con Perelman compartía su adoración por James Joyce y un intrncado gusto por jugar y masticar el lenguaje hasta conseguir domarlo a voluntad. Estas ansias de juego le hacían tan fascinante como prácticamente intraducible. Si gente de su generación como William Gaddis, Kurt Vonnegut, John Barth, Robert Coover y un larguísimo etcétera habían sido traducidos desde el minuto uno, él había tenido que ver pasar ese tren en múltiples ocasiones... hasta ahora.

La editorial Underwood publica ahora «Aberración estelar», una intrincada historia sobre cuatro personajes reunido en una casa de huéspedes en el Nueva Jersey rural durante los difíciles años 30. A la manera de William Saroyan, fusiona humor y sentimentalismo con grandes dotes de prestidigitación narrativa para hacernos disfrutar de eso que se llama «las cosas más pequeñas».

La novela, de 1980, seguía a su gran obra maestra, «Mulligan crew», publicada en 1979 y novela que incluía en sus páginas las más de 30 negativas que había acumulado durante cinco años de editoriales. El autor de «Blue Pastoral» es sencillamente un mago cuyos trucos nadie entiende... hasta ahora. Como dice la propia editorial: «Nadie hasta ahora había tenido los santos rejones de publicarlo en lengua española». Qué grandes son los rejones de Underwood.