Cataluña
El ascensor social no llega a la Universidad
El 55% de los alumnos universitarios es hijo de familias de clase alta, sólo un 10,6% procede de clase baja
En el patio trasero de las consultas externas del Hospital Clínic, hay unos jardines que llevan el nombre de Elena Maseras. Fue la primera mujer española en ir a la universidad. Se matriculó en la Facultad de Medicina de Barcelona en 1872. Entonces, no había ninguna ley que prohibiera a las mujeres estudiar porque nadie pensaba que no harían otra cosa que ejercer de madres y esposas. Maseras pidió un permiso al rey. Y Amadeo I se lo concedió con una Orden Real. Dicen que el primer día de clase, fue recibida con aplausos. Aunque no le fue fácil acabar los estudios, pese a ser una chica de sobresalientes. Tuvo que pedir permiso para hacer el examen de licenciatura y no se lo dieron hasta 1882, año en que otra Real Orden prohibió la admisión de más estudiantes en las universidades. Las mujeres que estaban estudiando pudieron continuar. El resto tuvo que esperar hasta 1910.
Hoy, el 62% de los alumnos de la Red Vives de Universidades, que agrupa a 25 universidades de los territorios de habla catalana, son mujeres. Pero si Maseras pudo continuar sus estudios tras la escuela, igual que sus hermanos, fue porque su familia tenía recursos. Casi 150 años después, a la generación post-millennial, nacida en la era digital, se le presupone que si no estudia es porque no quiere. Pero un amplio trabajo con más de 40.000 alumnos de Cataluña, Andorra, Baleares y la Comunidad Valenciana, a los que se ha preguntado cómo viven, qué estudian y qué perspectivas tienen, alerta de que el ascensor social apenas llega a la universidad. El estudio que lleva por nombre «Vía universitaria (2017-2019). Ser estudiante universitario hoy», que ha sido elaborado por la Red Vives de Universidades y fue presentado ayer en la Universidad de Barcelona (UB), confirma que el 55% de los estudiantes de grado y el 58% de los alumnos de master es hijo de familias de clase alta. Por clase alta, entre otros factores, se entiende que el padre o la madre sea universitario.
Los hijos de familia de clase media representan el 34,4% de los universitarios, mientras que sólo el 10,6% de los estudiantes son de clase baja. Si la universidad fuera equitativa deberían llegar el doble de chicos de clase baja. Porque sólo un 22% de los estudiantes son hijos de padres con nivel formativo bajo –clase baja o media baja–, cuando la gente con nivel formativo bajo representa al 40% de la población.
Los autores del estudio, entre los que se encuentra Ernest Pons, profesor de Estadística de UB, advierten de que no sólo no hay igualdad en el acceso a la universidad, sino que las desigualdades en la universidad de agravan. Para empezar, el problema arranca en la escuela. El alumno pobre tiene seis veces más riesgo de fracaso escolar que el rico (Fundació Jaume Bofill, 2015). «Para corregir el problema, se tiene que empezar a trabajar en primaria y secundaria», constatan. Y para continuar, muchas familias no pueden pagar los gastos de estudiar en la universidad. En general, los alumnos que han de trabajar para pagarse la carrera, acaban más tarde. También hacen menos Erasmus. Sólo un 8% de los universitarios estudia un programa de movilidad internacional. El 90% de los estudiantes admite que estudiar fuera es demasiado caro.
Sistema de becas «injusto»
El estudio también concluye que el sistema de ayudas es «injusto». Los más desfavorecidos no se benefician. El 20% se paga la carrera con su trabajo. El resto tiene ayuda de la familia. Y a diferencia de lo que pasa en países como Finlandia, donde el 96% de los estudiantes se emancipa, el 63% de los estudiantes de grado vive con sus padres. El origen socioeconómico también determina la elección de carreras. Eligen más Humanidades (25%) y Ciencias Sociales (26%) y menos Ingenierías (19%) y Titulaciones Mixtas (3%), más caras.
La manera de impartir clases no ha cambiado, la primavera pedagógica y la revolución digital tampoco ha llegado a la universidad.
El “síndrome de la impostora”
Igual que Maseras, que se decantó por la Medicina, ellas son mayoría en estudios de ciencias de la salud, y ellos en titulaciones como Economía e ingenierías, donde las mujeres tienen una presencia del 32%. El sociólogo Antonio Ariño, coautor del estudio, dice que la distribución de hombres y mujeres en la universidad «reproduce roles en el ámbito doméstico». Las mujeres tienen más presencia en estudios vinculados al cuidado. Los hombres, en grados orientados a la toma de decisiones y al espacio exterior de poder». También son más disciplinadas, hacen menos campanas, dedican más tiempo a tareas y cuidados en el hogar y menos al trabajo remunerado y a aficiones. Además, las que estudian titulaciones masculinizadas, sufren el «síndrome de la impostora», tiene una peor percepción de sus capacidades.
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