Exposición
El fotógrafo de la vida cotidiana
El Institut d'Estudis Fotogràfics de Catalunya acoge una retrospectiva de las intantáneas de los 60 de Francesc Esteve.
El Institut d'Estudis Fotogràfics de Catalunya acoge una retrospectiva de las intantáneas de los 60 de Francesc Esteve.
Desde hacía 17 años, Montserrat se sentaba cada día en la calle Asturias y vendía cigarrillos uno a uno. Todos los días se parecían, pero todos tenían siempre un detalle que los diferenciaba. Aquel 1 de marzo de 1961 hacía mucho frío y a la pobre, que acababa de cumplir 73 años, se había abrigado a conciencia. Ni aún así. Le dolían mucho las articulaciones y le costaba andar, pero no podía permitirse quedar en casa. Se sentó en su rincón, debajo del anuncio de Coca Cola, y esperó a ese detalle que diferenciase ese día o olvidarlo para siempre. «Eh, Montserrat, que guapa te has puesto hoy», le dijo entonces Antoni, uno de sus clientes habituales, al que llamaban el arquero porque tenía las cejas más arqueadas de toda Gracia y eso hacía que pareciese que siempre hablara en broma. Tampoco ayudaba la ridícula boina negra que llevaba y esa chaqueta a rayas que no es que le fuese corta, no, parecía que no le iba en absoluto y quería marcharse.
La cara que puso Montserrat al oírle fue reveladora y Antoni lo entendió en seguida. ¡Cállate, arquero, cállate!, así que se calló. Le pidió el cigarrillo, nada más, y se fue. Lo encendió enseguida. Le sentaba de fábula en aquellas duras mañanas, antes de coger el ferrocarril e ir a la feria. Cuando ya se internaba calle Badía arriba, vio de reojo la figura de un fotógrafo y se giró para ver sorprendido cómo le hacía una foto a la malhumorada Montserrat. Buah, se lo va a comer, pensó, pero la pobre tenía demasiado frío, su rostro sólo reflejaba cansancio y pena. ¿Me pregunto si yo debería dedicarme a la fotografía?, pensó entonces, justo cuando vio que aquel misterioso hombre le hacía una foto a él. Eso le hizo sonreír. ¿No entiendo por qué alguien querría fotografiarme a mí?, se preguntó, y se marchó a trabajar. No tenía mucho tiempo para filosofar.
Por la tarde, cuando se sentó en el ferrocarril para regresar a su casa, volvió a encontrarse con aquel misterioso fotógrafo y decidió sentarse a su lado. Seguía teniendo su cámara en las manos, una manos grandes y duras que parecían capaces de tumbar a un león de un puñetazo. Juanchu, el revisor, se acercaba a ellos y el fotógrafo lo retrató con esa cara de suspicacia que ponía siempre que un viajero parecía no tener billete. Como no tenga billete, pensó Antoni, será divertido ver cómo tumba a Juanchu, ¡el león calvo!, se dijo y empezó a reír. «Qué está haciendo», le preguntó Juanchu al fotógrafo. «Venga, no te enfades, Juanchu, te está fotografiando. No ves que eres hermoso como un león calvo», dijo Antoni y le guiñó un ojo al fotógrafo. «Me llamo Francesc Esteve y soy...», empezó a decir éste para... «Me da igual, el billete», contestó Juanchu y fue una pena que nadie retratase a Antoni en ese momento, con la carcajada que soltó el arquero.
El Institut d'Estudis Fotogràfics de Catalunya (Iefc) acoge hasta el 16 de marzo la exposición «El valor de la mirada», una importante retrospectiva de los trabajos de los años 50 y 60 del genial Francesc Esteve, fotógrafo que elevó la imagen natural de la vida cotidiana en arte mayúsculo. «Mis fotografías pretenden fijar el movimiento del día a día. Nunca han estado dominadas por ningún canon, ni por el exceso de técnica, porque ello habría coartado mi apreciación de cada instante», comenta Esteve que ha seguido su trabajo desde entonces sin descanso, sobre todo en el retrato. En la exposición, por ejmplo, también muestra una adaptación audiovisual de la serie fotográfica «Oda» de 2017.
Desde vendedores de limones a vendedoras de tabaco, revisores de ferrocarriles, feriantes de Santa Llúcia o mecánicos en las montañas rusas, las instantáneas de Esteve remiten a mil historias, a vida en estado puro. «En esencia, se aprecia en él una poética testimonial de gentes y atmósferas de aquellos 50 y 60 que todos recuerdan en blanco y negro, pero que él parece llenar de color», asegura Carles Costa, responsable de las actividades culturales del IEFC.
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