Literatura
El narrador Rubén Darío
Navona recupera los cuentos del gran poeta nicaragüense coincidiendo con el primer centenario de su muerte
La voz de Félix Rubén García Sarmiento, más conocido como Rubén Darío, es una de las más influyentes de la literatura del siglo XX. Su huella se ha dejado notar en discípulos de la talla de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez. Eso queda expuesto en su copiosa producción lírica y que tantas puertas abrió. Pero igualmente se plasma en su prosa.
Navona Editorial ha tenido la buena idea de recuperar los relatos del gran lírico nicaragüense. «Cuentos» nos permite conocer una exquisita y luminosa manera de narrar donde el poeta demuestra su amplitud e inmortal construcción de un imaginario aún hoy influyente. Puede que el poeta acabará ocultando al prosista, lo que es injusto por tratarse de alguien que supo hacer suyo géneros como el del cuento o el artículo periodístico, como demostró en las páginas del diario «La Nación».
El libro se inicia con la aparición del propio Rubén Darío como personaje literario, al rememorar sus inicios en el mundo de las letras en «Mis primeros versos», fechado en 1886. Es allí donde expone cómo nació esa vocación cuando «tenía yo catorce años y estudiaba humanidades. Un día sentí unos deseos rabiosos de hacer versos, y de enviárselos a una muchacha muy linda, que se había permitido dare calabazas». El joven Rubén envío «aquellos regloncitos cortos tan simpáticos» al periódico «La Calavera», en el número 13, lo que no dejaba de ser una mala señal supersticiosa. El protagonista de la historia no recibe elogios, ni de la misma redacción del diario. Todo eso le hace pensar en lo peor sobre su futuro literario: «Me pegaré un tiro, pensaba, me ahorcaré, tomaré un veneno, me arrojaré desde un campanario a la calle, me echaré al río con una piedra al cuello, o me dejaré morir de hambre de hambre, porque no hay fuerzas humanas para resistir tanto. Pero eso de morir tan joven... Y, además, nadie sabía que yo era el autor de los versos».
El camino de Rubén Darío como cuentista se extiende a lo largo de toda su carrera como escritor, incorporando en estos relatos sus obsesiones personales, como su gran admiración hacia la literatura fantástica, especialmente la que venía firmada por Edgar Allan Poe y E. T. Hoffmann. Seguramente la obra maestra en esta línea es «Thanathopia», escrito en 1893, que aparece en el volumen publicado por Navona.
En este cuento, narrado en primera y tercera persona, podemos leer la historia de un vampiro, probablemente la única vez que se ha tocado esta figura en la literatura latinoamericana del siglo XIX. El protagonista es el atormentado James Leen, un inglés que ha sufrido mucho las más amargas torturas. «Tengo el horror de la que, ¡oh, Dios!, tendré que nombrar: de la muerte. Jamás me harían permanecer en una casa donde hubiese un cadáver, así fuese el de mi más amado amigo. Mirad: esa palabra es la más fatídica de las que existen en cualquier idioma: cadáver...» Hay un motivo para este horror que va contado el propio James ante la sorpresa del lector que va viendo como va creciendo este apasionante cuento. Lo que nos expone, vinculado con su padre, lograr provocar el miedo: «yo saldré de aquí y diré a todo el mundo que el doctor Leen es un cruel asesino; que su mujer es un vampiro; ¡que está casado mi padre con una muerta...!»
Mención aparte lo merece «El caso de la señorita Amelia», una historia de 1894, en la que Rubén Darío escribe sobre nos lleva al territorio de lo fantástico con un hombre que amó en su juventud a Amelia, una muchacha de doce años que quedó atrapada en una burbuja.
Con razón decñia Borges que Rubén renovó «el vocabulario, la métrica, la magia peculiar de ciertas palabras».
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