Viena

El Orfeó conquista Viena

El conjunto coral se gana al público de la Konzerthaus con los exigentes «Gurrelieder» de Schönberg. Son los «embajadores culturales» del Palau

El Orfeó Català y el Cor de Cambra del Palau, la noche del viernes, en el escenario del Konzerthaus de Viena
El Orfeó Català y el Cor de Cambra del Palau, la noche del viernes, en el escenario del Konzerthaus de Vienalarazon

VIENA- Cantar en el Konzerthaus de Viena ya es un éxito, pero si encima recibes una fuerte ovación y diez minutos de aplausos puedes ser feliz hasta el final de tus días. Eso es lo que lograron la noche del viernes el Orfeó Català y el Cor de Cambra del Palau de la Música, interpretando los «Gurrelieder» de Arnold Schönberg.

Los coros sólo actúan en los últimos minutos de la exigente composición, 16 para ser más exactos, pero la complejidad de la partitura de Schönberg y la intensidad a la que necesitan llegar los intérpretes es como escalar el Everest. Y el viernes, el Orfeó català colocó con orgullo su bandera en uno de los templos de la música.

Los «Gurrelieder» son de esas piezas que a los directores de los auditorios les encanta programar si quieren lucirse, pero espantan a los gerentes. El motivo no es otro que unos costes difíciles de asumir en tiempos de recortes. Se necesitan orquestas de más de un centenar de músicos y un coro colosal. Si a esto añadimos que es imprescindible tener cinco solistas de primera calidad, está claro que hablamos de una de las obras más caras, junto a la «Octava Sinfonía» de Mahler, de representar. Por eso, no se ve casi nunca en los auditorios y por eso el concierto del viernes tenía mucho de acontecimiento. No en balde había cerca de 400 personas en el escenario.

El concierto, que se repitió ayer con la misma expectación, servía de celebración del centenario de los «Gurrelieder». El maestro Kent Nagano dirigió a la Wiener Symphoniker, acompañada por los coros Wiener Singakademie, el del Teatro Nacional Eslovaco y el Orfeó y Cor de Cambra. En la Sala Mozart del auditorio de la capital austríaca, una maravilla de la arquitectura neoclásica, no cabía ni un alma. Hacía calor y los cantantes estaban nerviosos. A pesar de que el maestro Nagano les quería a todos sobre el escenario desde el principio de la representanción, los cantantes más mayores, sin ninguna gana de esperar las banquetas de madera sin respaldo durante más de una hora, no aparecieron hasta la segunda parte, y entonces, todos de pie, dejaron al público boquiabierto con su poderío.

Cuatro coros

Los «Gurrelieder» necesitan cuatro coros que se yuxtaponen, lo que crea un plus de dificultad. En los ensayos, además, resultó que los eslovacos habían memorizado la parte de los vieneses, lo que fue un pequeño desbarajuste, fácilmente subsanable por la calidad de este coro, que cambió sin dificultad a la parte que le tocaba interpretar. Eso sí, el director vienés no dudó en señalar al Orfeó como el mejor coro de todos.

Los catalanes llegaron a Viena el miércoles. Al no ser un coro profesional, no se podían pedir más fiesta en sus trabajos. Por eso, cuando acabó el concierto y comprobaron que todo había salido mejor que bien se sentían tan liberados y felices. Eran 84 personas, 64 del Orfeó y 20 del Cor de Cambra, pero por sus voces parecían las de dos millones.

Esta noche, el Orfeó ofrecerá un tercer concierto, en esta ocasión en solitario y con un programa que incluye el «Requiem» de Faure y una selección de música catalana a cappella. «Queremos que sean embajadores de nuestra cultura», señala Joan Oller, director del Palau de la Música, que les acompañó en su gesta en la capital austríacaca.