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El viaje a Barcelona de mister Ed Wallant

La Razón
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Hay escritores expansivos, que desprenden épica, megolomanía y virilidad en cada una de sus palabras. Suelen enamorar desde el primer día, pero su personaje llega a minimizar su obra y son menospreciados. Son tipos como Ernest Hemingway o Norman Mailer. Luego están los escritores que escarban en los secretos, que husmean en el detalle y que hacen de sus frases un balanceo hipnótico. Éstos suelen quedar en un segundo término durante años, hasta que alguien reivindica su talento y ya nadie los mueve del olimpo de los dioses. Son autores como John Williams o Edward Lewis Wallant.

Con sólo cuatro novelas publicadas y una vida truncada a los 36 años, Wallant es uno de esos maestros que en los años 60 convirtieron a los judío americanos como los mejores escritores del mundo. Sus obras nada tiene que envidiar a Philip Roth o Bernard Malamud y sólo un poco a Saul Bellow. Sus protagonistas no son profesores universitarios agotados por la vida, sino el hombre común, derrotado, en busca de la redención en medio de un ambiente tan sórdido como humano, «Tiene que haber palabras que puedan expresar en una secuencia adecuada tus sentimientos verdaderos. ¿Sobre qué escribir? La vida, la muerte, el amor, la responsabilidad, el misterio, Dios, la lujuria, el terror, la culpa, la compasión, la belleza», escribía Wallant en su diario y resumía así los temas que le preocuparían toda su trayectoria.

Padre de tres niños, ex combatiente en la II Guerra Mundial, Wallant fue director artístico de la agencia de publicidad McCann-Erickson, pero siempre fue un escritor de pura raza. Ya durante la guerra era conocido como el hombre que leía libros en la torreta de artilleros. Sus fines de semana los dedicaba a investigar en la vida de los más desfavorecidos, mientras anhelaba dedicarse a su única pasión, la literatura.

La editorial Libros del Asteroide acaba de publicar «El prestamista», su segunda novela, después de haber recuperado hace cuatro años «Los inquilinos de Moonbloom», su mejor libro, que publicó póstumamente. Esta novela y «The children at the gate» fueron corregidas por completo en la ciudad de Barcelona. En el verano de 1962, Wallant se llevó a su mujer y sus tres hijos a un viaje en Europa que acabó en la Ciudad Condal. Al llegar el final de las vacaciones, su familia regresó a Nueva York, pero Wallant decidió quedarse más en Barcelona.

Desde una pequeña habitación de hotel no dejó de corregir sus dos últimas novelas y empezó las pruebas de una nueva obra, escrita por primera vez en primera persona, y que sucedía en la capital catalana. En octubre tuvo que regresar de urgencia a Estados Unidos y en diciembre le sorprendía la muerte, tras un aneurisma. Quién sabe si Barcelona no tendría ahora su gran novela. «Si pensamos en una definición para su obra, sería una mezcla imposible entre Chéjov, Dostoievski y Groucho Marx. Explicaba historias terribles en las que había que contener las carcajadas», afirma Eduardo Jorda, prologuista de «El prestamista».