Barcelona
En espera de la fumata blanca
Nuestro estimado Santo Padre Benedicto XVI ha renunciado a su ministerio de obispo de Roma y sucesor de san Pedro. Desde el 28 de febrero a las 8 de la tarde, la Iglesia de Jesucristo no tiene Papa, hay lo que llamamos sede vacante. La Iglesia de Roma no tiene obispo y es preciso elegir un nuevo obispo de Roma, que es también el sucesor de san Pedro.
Hacía casi seiscientos años que los Papas no renunciaban y la sede de Roma quedaba vacante por la muerte del Santo Padre. Benedicto XVI ha roto esta larga tradición a la que estábamos acostumbrados y ha renunciado. Para todos fue una sorpresa, algo inédito.
El Papa Benedicto XVI dio esta importante noticia el día 11 de febrero, festividad de Nuestra Señora de Lourdes. Lo hizo con un escrito breve, pero perfecto y en latín. Comenzó diciendo que lo había reflexionado repetidamente en su conciencia ante Dios. No fue una decisión poco reflexionada. Hombre intelectual, lúcido y de profunda espiritualidad, no podía tomar de otra manera esta importante decisión para la Iglesia.
El Papa Benedicto XVI nos ha explicado las razones por las que ha renunciado a su ministerio. Las menciona dos veces en su breve intervención. Ha llegado a la certeza de que, debido a su edad avanzada, ya no tiene las fuerzas para ejercer de manera adecuada el ministerio petrino. Y nos dice también que para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio hoy en nuestro mundo se necesita el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, que el Papa constata que le falta en los últimos meses y reconoce su incapacidad para ejercer bien el ministerio que le fue encomendado.
Estas razones ponen claramente de relieve la profunda espiritualidad del Santo Padre y su gran amor a la Iglesia, a la que siempre ha querido servir bien y de manera adecuada. Este amor a la Iglesia le ha llevado a la conclusión de que, si no podía continuar sirviéndola adecuadamente, como ya había anunciado de alguna manera el año 2010, era necesario que renunciase y que se pudiera elegir un nuevo Santo Padre. Benedicto XVI no ha querido nunca servirse de la Iglesia, sino servir a la Iglesia. Es un gran testimonio para toda la Iglesia y para el mundo.
Su renuncia manifiesta también la humildad del Santo Padre, que reconoce –como nos ha dicho– su incapacidad para ejercer bien su ministerio. Una humildad que es el reconocimiento de la verdad.
Una vez más, hemos de agradecer a Benedicto XVI este nuevo ejemplo que nos ha dado.
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