Música
Katy Perry embruja al Sant Jordi
La cantante y su espectáculo rococó asombran a las 13.000 personas que la quisieron ver en directo
Katy Perry sabe lo que quiere y eso siempre es un plus. Un persona gris se convierte en una puro explosión de fuego y color si sabe lo que quiere y Perry es ahora mismísimo volcán del Vesubio apunto de arrasar Pompeya.
Katy Perry sabe lo que quiere y eso siempre es un plus. Un persona gris se convierte en una puro explosión de fuego y color si sabe lo que quiere y Perry es ahora mismísimo volcán del Vesubio apunto de arrasar Pompeya. Porque lo que quiere Katy Perry no es otra cosa que obligar a todo el mundo a pasárselo en grande. Y no escatima esfuerzos ni recursos para conseguirlo. Al menos eso es lo que se vio ayer noche en un Palau Sant Jordi que vivió uno de esos super espectáculos que dejan al que esté cerca con esta cara, ¡queeeeee!, como si tuvieses siete años y fuese Navidad. En definitiva, había muchos niños entre el público.
Cerca de 13.000 personas llenaron un estadio presidido por un gran ojo que servía de principal elemento escénico. En un tour que se llama «Witness», qué mejor que un ojo de 15 metros para convertirse en el foco que todo lo alumbra y que todo lo ve. De allí empezaron a surgir imágenes del universo, que daban a entender que el concierto estaba a punto de empezar. Parecía como si la salida de Perry fuese la culminación de la obra de Dios. No importaba en absoluto el retraso de casi media hora, que va, porque allí apareció ella, subida a una estrella, símbolo de la llegada de la nueva y fulgurante mesias. «Barcelona», gritó. No, no hace falta ir tan lejos, sólo es música pop, donde el humor se mezcla con melancolía para crear un sentimiento euforizante. El público estaba eufórico y ya está. Al menos sus gritos eran como estallidos de un oso que de pronto ha crecido vente metros.
El concierto basculó en dos polos, las canciones de su último trabajo, y los «hits» de su gran éxito «Teenage Dream» y este péndulo consiguió una extraña dinámica que elevó la fuerza emocional de los temas nuevos. De esta forma, el concierto arrancó con «Roullete», pop de estallido rápido con un leve silbido electrónico. Vestida de rojo, con bailarines que hacían lo que podían sobre enormes dados, la cantante demostraba desde el principio que domina la puesta en escena, aunque había tantos estímulos visuales sobre un escenario en realidad pequeño, pero donde pasaban tantas cosas, que a vces hasta te olvidabas de ella parecía enorme que a veces te olvidabas de ella.
Con «Dark horse» hubo un estallido de puro entusiasmo que a punto estuvo de descolocar a la cantante. «Si esta es tu canción favorita, baila, Barceona», dijo. Le siguió «Chained to the rhythm» donde se impuso el impulso cáustico del universo Perry, lleno de sentido del humor y la desacralización de todo lo que se supone que es una estrella pop, paseándose por una larga pasarela zigzageante acompañada por bailarinas con enormes televisiones por cabeza.
Aquí se detuvopor primera vez el show, demostrando que el concierto estaba estructurado en pequeños ejes temáticos, como una serie de miniconciertos. En esta segunda parte, la banda cogió el protagonismo para introducir viejos temas como «Teenage dream», «California girls» o la canción que la dio a conocer, «I kissed a girl». Tardaba en salir, mientras los diferentes elementos de esta segunda parte no dejaban de aparecer. Esta sensación de vencer por acumulación, de in crecendo emocional, daba al público mayor expectación y, por consiguiente, mayor satisfacción cuando volvió a aparecer Katy vestida con un traje chaqueta blanco. A partir de aquí, flamencos gigantes, guitarras rosas, tiburones bailarines, ojos gigantes en lugar de cabezas, Perry por los aires dentro de una boca de ocho metros... Todo sucedía tan rápido que parecía el culmen de «chewingum pop», el globo del chicle que crece y crece y crece y explota y hace a todo el mundo feliz.
Explotó, porque llegó la pausa para dar cabida a la tercera parte, está sí barroca y extraña, como la más oscura de las adaptaciones de «Alicia en el país de las maravillas», con «Deja vu» o «E. T.», con una Perry vestida de cuero negro y uno de esos sombreros que te tapan media cara y te permiten ser quien te apetezca. A Katy le apetecía ser punzante y oscura, con un «Bon Apettite» que arrancó con una enorme planta carnívora construída por globos negros. Está bien tener una parte oscura, pero a Perry, que es pura exaltación, le va mejor la iluminación, los dibujos animados, la felicidad contagiosa que los universos perversos.
Después de una etapa íntima y algo más aburrida, pronto volvimos a los grandes efectos y el escenario se convirtió en un gran video juego en la que Katy, sobre una moto, era el avatar del público. Estábamos cerca del final y la voluntad era darlo todo después de recargar las pilas. Con «Swish swish», y una enorme canasta se pasó a un final de fiesta con sus dos grandes éxitos, «Roar», y el apoteosis final de «Fireworks», subida a la palma de la mano de una gran estatua. Perry es, en definitiva, la Charlie de la fábrica de chocolate.
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