Conciertos
La ciencia ficción de Roger Waters
El ex miembro de Pink Floyd repasó lo mejor de la trayectoria del grupo ante un Palau Sant Jordi entregado
El ex miembro de Pink Floyd repasó lo mejor de la trayectoria del grupo ante un Palau Sant Jordi entregado
Un dos tres... Cierra los ojos. Estás en un pequeño planeta desde el que vislumbras toda la galaxia. Te sientes pequeño,p ero notas el roce de las estrellas y el aliento de una noche infinita, mientras oyes una melodía densa, de atmósfera y textura cálidas, que te mece y abraza hasta que te invade una relajante sensación de olvido en todo el cuerpo, una liviandad que convierte tus músculos en líquido y después en gas y sólo sientes confort. Un, dos tres, ¡clap! Abre los ojos. Ahora aplaude a rabiar, sin descanso, como si acabases de darte cuenta de que vuelves a tener manos, brazos, un cuerpo, y sólo quieres hacerlo funcionar, disfrutarlo. Ahora corea el nombre de Roger Waters como si fuese la reencarnación de Ktulu, el dios de la transfiguracíon.
El Palau Sant Jordi quedó ayer noche hipnotizado por completo por el miembro fundador de los Pink Floyd, músico que utilizó las grandes canciones del repertorio de la clásica banda inglesa para seducir y embrujar a un estadio lleno, ansioso de perderse por las estrellas. Y lo consiguió, el público aplaudió, gritó, vibró y si Waters les hubiese pedido que hiciesen de gallinas, se hubieran puesto todas a gallinear con todo el amor de su corazón.
Durante poco más de dos horas, las más de 15.000 personas que llenaban el recinto fueron trasportadas por el tiempo y el espacio en un «show» que conjuntó a la perfección sus elementos audiovisuales. Un escenario en la oscuridad, con la lacónica figura, con su tradicional camiseta negra, de Waters en el centro, quedaba iluminada por una enorme pantalla que iba ilustrando el recorrido emocional de las canciones, la mayoría recuperadas de Pink Floyd, jugando siempre con un tempo de perfección clínica cuyo único punto débil fue la falta de espontaneidad.
El show arrancó, como no, en el espacio, con imágenes difusas que poco a poco se iban concretando, como si nos acercásemos a una tierra familiar, y por ello amenazadora. Waters empezó al instante con la bella tranquilidad de «Breath (in the air)», el primer corte del mítico «The dark side of the moon». Todo evolucionaba en un in crescendo psicodélico que no dejaba ningún recoveco al ruído, con una nitidez casi aséptica, pero reafirmante y eufórica.
La intensidad empezó a dejarse ver con «One of this days», tema de martilleante repetición que hacía creer que pronto aparecería un superhéroe galáctico a levantar todo el Palau Sant Jordi y lanzarlo a la luna, al lado oscuro por lo menos. Pero los primeros delirios colectivos vinieron justo entonces, cuando se cambió de tercio y comenzó «Time» con la inevitable imagen de relojes en las megapantallas y la voz metálica y bluesera de Waters proyectándose a lo Bowie hacia las estrellas.
La banda del maestro funcionaba, precisamente, como un reloj, con la única nota de color de dos cantantes siamesas de pelucas plateadas en forma de seta, para darle a todo el «look» del espectáculo un toque «Blade Runner». Si los androides, los cyborgs, y la inteligencia artificial apuestan por la música, se la jugarán todo o nada por Pink Floyd, sin duda, para interpretar una música muy muy lejana, de una galaxia más más lejana todavía.
Con «The great gig in the sky» volvimos a situarnos en el infinito, con esa sensación de cero gravedad que daba la impresión de que te estaban poniendo cabeza abajo. Entonces llegó «Welcome to the machine», del genial «Wish you were here», y se cerró una especie de primera parte no oficial del concierto ante el estruendoso grito de un público que estaba experimentando el «viaje» que había venido a buscar.
Gran final de fiesta
Después de un periplo un poco frío con temas ajenos al grupo, la temperatura volvió a subir con, precisamente, «Wish you were here», que dio paso al cierre del primer set de la noche con una electrizante versión de «Another brick in the wall», con niños en el escenario incluído y un público ansioso de derribar muros.
La segunda parte del montaje sirvió para exorcizar demonios y dejarse llevar por completo. De una tacada, unió «Dogs», con gente con caretas de animales sobre el escenario, «Pigs», con imágenes de Trump incluídas, «Money» y «Us & them» para dejar a un afónico público exhausto. Se acercaba el final, pero nadie quería estar en ningún otro sitio. «Brain damage», «mother» y «Comfortably numb» despidieron una noche tan lisérgica como conmovedora. Cuando cuente a tres, despertarás y te sentirás muy bien. Uno, dos, tres.
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