Literatura
Los sabios más locos, locos, locos
La figura del científico brillante y chiflado domina la literatura fantástica
La ciencia y sus científicos parecen tan alejados de la población común, tan incomprensibles cuando hablan, que cuando lo hacen, pues parecen locos.
Qué hace de un loco, un loco. Entre otras muchas cosas, que hablen y hablen y sus palabras no tengan ningún sentido. La ciencia y sus científicos parecen tan alejados de la población común, tan incomprensibles cuando hablan, que cuando lo hacen, pues parecen locos. Es totalmente lo mismo decir «llos sfasdf s llo co caca lo co» que «las partículas materiales puntuales son en realidad estados vibracionales» si el interlocutor no lo entiende. Así que la idea de científico loco siempre ha estado muy presente en nuestro imaginario colectivo. Tanto es así que desde el siglo XIX, con ese Fausto capaz de pactar con el demonio por el conocimiento absoluto, no han dejado de crecer en popularidad.
La editorial Valdemar publicaba a principios de este año el libro «El gabinete de los delirios. Antología de relatos sobre sabios locos», una colección de textos que recupera maravillosos cuentos de nombres como Villers d’Isle Adam, Edgar Alan Poe, Arthur Manchen y un larguísimo etcétera. Quien no haya leído nunca «La mosca», de George Langelaan, y diga que ya ha visto la película, podría portagonizar cualquiera de estas historias de locos. Otra de las maravillas que tiene este libro es «La marca de nacimiento», de Nathaniel Hawthrone, o cómo siempre se busca la construcción de la mujer perfecta y el fracaso siempre vuelve con venganza. Qué se lo digan sino a «La eva futura», de d’Isle Adam o «El cascanueces», el gran ballet de Tchaikovsky, basado en un cuento de E. T. A. Hoffman que también se encuentra en el libro.
Por supuesto, el más célebre científico loco es el pobre Victor Frankenstein, que creó Mary Shelley aquella noche brumosa acompañada de Lord Byron, Percy Shelley y otros locos en su propio castillo. Mención especial merece Mel Brooks y Gene Wilder, recientemente fallecido,por su parodia de este universo gótico en «El jovencito Frankenstein».
Otras joyas del XIX que todo el mundo conoce son «Dr. Jeckyll y Mr. Hyde», de Stevenson o «El hombre invisible», de H. G. Welles, en esa subclase de científico loco que se utiliza a sí mismo como coballa. Welles estaba obsesionado con todos los científicos locos, como lo demostró en «La isla del doctor Moreau», que podría considerarse el más loco de los científicos locos.
En el siglo XX, todo empieza a cambiar y la locura se desata por todas partes como en «Locus Solus», de Raymond Russell, cuyo protagonista no es científico per se, es un coleccionista de cosas tan raras que bien merece ponerse en este saco. Lo mismo ocurre en «Cuna de gato», de Kurt Vonnegut, que a raíz del proyecto Manhattan y la gran bomba, aquí el científico loco ya son un grupo de cientíicos locos, aunque siempre hay el que aprieta finalmente la bomba fatal, aquí el congelador de agua fatal.
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