Fotografía
Mr. Tom Sharpe, fotógrafo
El autor de «Wilt» muestra en La Taché Gallery una treintena de imágenes de sus años en el Cambridge de los 60. El escritor prepara su autobiografía
Cuando un gran humorista te cuenta una historia, lo mejor que puedes hacer es escuchar con atención, porque puede que lo que te diga no sea gracioso, puede que te explique que perdió parcialmente la vista de un ojo por las palizas que le daba su padre, y tú venga a reír, cuando para él es un drama. Las fotografías de Tom Sharpe tienen ese efecto. A primera vista parecen postales lúdicas que se ríen de las costumbres de un determinado medio ambiente, burlas que desnudan la ridiculez y el esnobismo asociado a cualquier tipo de civilización. Sin embargo, son mucho más que eso, son documentos emocionales de un tiempo y un lugar, y a los que la risa se la aportas tú. No puede ser de otra manera al ser imágenes captadas por el mejor escritor satírico inglés.
La Taché Gallery expone una treintena de fotografías del autor británico centradas en aquel Cambridge de los años 60 en las que Sharpe era profesor de historia. Por las tardes, iba de arriba a abajo con su cámara captando todos esos momentos en apariencia intrascendentes, pero que dibujan mejor que nadie la vida tal cual es, poéticamente irrelevante. «Comencé a trabajar como fotógrafo cuando vivía en Sudáfrica en los años 50. Era uno de mis trabajos. Iba siempre con una Leika, fotografiando todo aquello que pasaba por la calle, sobre todo personas. Siempre he hecho fotografías de hombres, mujeres y niños. Aunque también hacía fotografías de bodas para ganarme la vida», asegura Sharpe, en declaraciones a LA RAZÓN.
Algunos aborígenes suelen prohibir que se les haga fotografías porque tienen esa extraña superstición de que eso les robará su alma. Puede que sea una superstición, pero sea lo que sea, tienen toda la razón del mundo. Al menos eso parece con las fotografías de Sharpe y ese Cambridge que tan bien ridiculizó en novelas como «Porterhouse Blue». Aquí vemos al típico «gentleman» inglés, que aguanta el bastón como si la tierra fuese a perder su gravedad para chocar con Marte si lo soltase.
Imágenes encontradas
Los retratos robados son la esencia de la exposición, en las que hay monjas que algo malo deben estar pensando, seguro, por el modo en que levantan la ceja. O esas viejecitas que pasean un perro con esa cara de suficiencia y megalomanía como si paseasen en un Rolls Royce con su chofer negro, Rolando. O esos profesores con birrete, tan bien puesto que parece que pronto vaya a aterrizar un mini helicóptero. «Como fotógrafo, siempre me han interesado las personas, sus expresiones faciales, las cosas que hacen», asegura el autor de «Wilt».
La mayor influencia de Sharpe es Henri Cartier-Bresson. El francés solía decir que la fotografía constaba simplemente en capturar momentos decisivos. «A mí me parece que mi especialidad es captar los momentos no decisivos», siempre explica el autor, y tiene razón. La historia se entiende siempre por estos momentos cotidianos o no es historia, es histeria. Sólo hay que ver la imagen de un camarero tirando la basura de un pub como si lanzase fuera todo el desprecio que siente por sí mismo; o esas canoas de Cambridge tan icónicas y sus remeros, que parece que los vendan con descuento con los remos. «Desgraciadamente, tengo un problema de movilidad por mis dos intervenciones en el pie derecho y no puedo moverme con facilidad. Por eso, ya no hago fotografías», afirma Sharpe. Una lástima.
Al menos no ha dejado de escribir y después de publicar hace dos años su último libro de la serie «Wilt», ahora está embarcado en un gran proyecto. «Estoy escribiendo mi autobiografía, de la que ya he escrito 30.000 palabras», asegura Sharpe.
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