Feria de Bilbao

Despertó el genio con un disparo mortal a la vulgaridad

Morante de la Puebla creó una obra mayúscula y maciza con capote y muleta

Morante de la Puebla da un derechazo al cuarto de la tarde
Morante de la Puebla da un derechazo al cuarto de la tardelarazon

Valencia. Segunda de la Feria de Fallas. Se lidiaron toros de Victoriano del Río, desiguales de presentación. El 1º, de mala condición; el 2º, desrazado y deslucido; el 3º, desrazado y sin fondo; el 4º, noble y suavón; el 5º, desrazado, va y viene; y el 6º, repetidor y con poder. Lleno en los tendidos.

Morante de la Puebla, de grosella y oro, estocada, nueve descabellos (silencio); pinchazo, estocada buena, aviso (oreja). El Juli, de azul y oro, pinchazo hondo, estocada desprendida, aviso, descabello (saludos); estocada corta trasera (oreja). Daniel Luque, de carmín y oro, estocada atravesada, descabello (oreja); metisaca, estocada, aviso (saludos).

A pesar de que había cambiado el tercio el presidente, Morante le puso al caballo una tercera vez. Dejó que lo apretaran en la primera, derribó el toro en la segunda y no quedaron las cuentas saldadas para el matador. Las de Caín pasó la cuadrilla para ponerle los palos. Cerrado en tablas, agarrado al piso y dispuesto solo a acudir si cazaba en el envite. Así abrimos plaza. Medio tomaba después la muleta si moría en tablas, olvidarse del resto. Morante metió la mano con la espada ante la sorpresa general. Otra cosa vino después con el descabello. Espantoso. Así comenzábamos, a plaza llena. A la muerte del cuarto necesitamos sala de reanimación para reponernos. Extasiados de esa espiral de toreo con la que nos embrujó Morante. Pasaba tibia la lidia hasta que cogió el capote. Un quite. A solas, toro y torero. Y un monumento vino después a la verónica con la media de regalo. Crujía Valencia al unísono. Pero desde los cimientos. Es muy distinto andar de palmero a notar cómo las emociones se descuartizan. Esa profundidad que escupe el toreo de Morante, tan de las entrañas, tan loco genio, esas raíces que despoja, que arroja, que muere, que mata. Ese toreo sublime, tan mágico y hondo, tan sentido que hiere. Esa catarsis de crear, de soñar, esa enrevesada personalidad que le dará a Morante, torero de época, la inmortalidad en la memoria colectiva. Macizo estuvo después, cuando nos percatamos de que el tiempo ya no era nuestro, sino del toreo de muleta. Al natural, con la derecha.

Echando los vuelos, dejando al toro llegar, aguantando esa lentitud de la embestida en pro del toro. Un noble animal que aguantó y fue a más en las manos del genio de La Puebla. Sólido por ambas manos, amarrado al suelo, asentado, por la barriga, natural, sin estridencias porque el toreo le nace innato. Y ese rosario de remates, de comienzos de tandas, sorprendentes y con un sabor añejo que disparaba al corazón, diagnóstico mortal de necesidad, a la vulgaridad reinante. En corto y por derecho se tiró a matar. Un pinchazo y una estocada en la yema. Y la plaza peleó el trofeo y ahí, sin explicación alguna a las emociones vividas, se quedó la petición. Esa faena era de dos orejas como dos soles, pero qué podemos pedir en estos tiempos en los que los circulares se han convertido en el arma imbatible del triunfo.

Juli salió después. La película era para estar noqueado. Cortó una oreja, incluso se pidió la segunda, de un toro descastado y sin ritmo que valió poco. No fue la cima de Juli a pesar de que quiso y expuso en las manoletinas finales. Con su primero tiró de pundonor. El animal tenía tan poca raza como ganas de ir detrás del engaño. Un arrimón entre pitón y pitón convenció al público. El toreo de capa de Daniel Luque en el tercero hizo que se pusiera pronto en el objetivo. Un quite a medio camino entre la verónica y el delantal en el toro anterior y ya en el suyo uno por tijerillas soberbio, como las chicuelinas con las que llevó el toro al caballo. Ahí rondaba la salvación. Se apagó el de Victoriano del Río después. Y Luque remontó al final con las luquecinas. El sexto fue el toro de más poder y repetición de un mal encierro. Pero se desdibujó Luque en un toreo de abajo a arriba sin ton ni son. La faena de Morante seguía dando vueltas por ahí, en ese mágico limbo en el que el resto del mundo es una cosa menor.