Valencia

«La libertad de expresión es un arma poderosa, pero no se debe usar para decir bajezas»

El actor presenta del viernes al domingo en Rambleta «Autobiografía de un yogui», una obra basada en la «aventura vital» del gurú que introdujo el yoga en Europa

«La libertad de expresión es un arma poderosa, pero no se debe usar para decir bajezas»
«La libertad de expresión es un arma poderosa, pero no se debe usar para decir bajezas»larazon

El actor presenta del viernes al domingo en Rambleta «Autobiografía de un yogui», una obra basada en la «aventura vital» del gurú que introdujo el yoga en Europa

El tiempo le ha vuelto más apacible y el yoga, más gozoso. Esas dos realidades subirán el viernes al escenario de La Rambleta en Valencia para hablar de la práctica yóguica y de más cosas. Con «El Brujo» nunca se sabe. «Autobiografía de un yogui» es la historia de Paramahansa Yogananda, un maestro yogui que vino a Europa en los años veinte del siglo pasado y estableció en estas tierras las enseñanzas de la meditación y del yoga. Pero también es la historia de Rafael Álvarez, un actor con casi cincuenta años de experiencia en el teatro y algunos menos en la de la meditación. «Yo no soy un yogui realizado», acepta, para a continuación admitir que el yoga le ha «cambiado la vida».

- «Que te cambie la vida un relato es una cosa maravillosa». Usted compara el libro de Yogananda con «El Quijote». ¿No es un poco exagerado?

-Es un poco exagerado para quien no haya leído el libro. Igual me quedo corto (ríe). Este es un Quijote del siglo XX, con insinuaciones a lo que va a ser el mundo futuro, de la evolución de la raza humana, del devenir de la Humanidad y de un montón de cosas interesantísimas.

-Dice que el yoga es fundamental para calmar la ansiedad y conocerse a uno mismo, y también como vehículo místico para la comunicación final con Dios. ¿Hemos sustituido la religión por la espiritualidad?

-No, no, en absoluto. Hay algunas personas que están buscando la espiritualidad porque es el camino práctico, eficaz y real de la religión, pero la mayoría de la gente está en una religión de formas, ritos y dogmas; una religión externa. Pero la espiritualidad y la mística no tienen nada que ver con eso; es una forma de entrar en contacto con lo desconocido personal en lo que lo importante es la experiencia, no el dogma. En la mística, en la espiritualidad, solo tienes que creer en lo que experimentas. El místico busca a Dios como una realidad, como algo que él puede conocer, experimentar y entrar en contacto con Él, no como una parafernalia. Y si no lo encuentra, está como el ateo, que ni lo busca ni lo encuentra, solo que el místico sigue buscándolo aunque no lo encuentre.

-¿A quién recomendaría esta práctica?

-A todo el mundo. El yoga es la felicidad. El camino del yogui es el camino del gozo, del descubrimiento de la naturaleza gozosa de la existencia. Ese gozo es el que llevamos dentro. Y cuando alguien goza mucho se vuelve muy buena gente. Y cuando alguien sufre, o se vuelve muy cabrón o tiene que ser muy buena gente para, a pesar de estar sufriendo, seguir siendo buena persona. Cuando uno está bien consigo mismo se vuelve amoroso con los demás.

-¿Qué espera inspirar al público con esta obra?

-Espero que la gente lea el libro. Y que salgan inspirados y sabiendo que en la vida siempre hay un camino del descubrimiento de nuevas cosas. Aunque atravieses una etapa de dificultad, de crisis o de negatividad, siempre existe la posibilidad de mirar hacia el descubrimiento, hacia la solución, hacia un lado luminoso.

-Ha pasado de hablar de dramas, aventuras, santos y corruptos a hablar del amor universal. ¿Se está ablandando con la edad?

-Sí, me estoy ablandado (sonríe). Bastante, además. Yo lo noto. Que pasan los años y me hago menos agresivo, más tolerante, más escéptico con respecto a las ideologías y los fanatismos.

-Su última película fue hace quince años y la tele no la pisa desde los noventa, ¿no le tientan o no le tienta?

-No, no, no... No me tientan. Yo ya estoy muy retirado de todo eso. He hecho una película sobre «El Quijote» que veremos el año que viene. Ha sido muy duro. Hemos rodado en exteriores los días de más frío del año. Yo ya no me acordaba de lo duro que era el cine. Horroroso. Lo del cine, la única compensación que tiene es si te pagan como en Hollywood (ríe).

-Le he visto improvisar en plena obra y le sale tan natural que el público se convierte en su cómplice, ¿también lo hace tan bien en su día a día?

-Sí, claro (ríe). Ahora mismo estoy improvisando estas respuestas. El yoga y la meditación te hacen más intuitivo, es decir, dejarse llevar por una llamada o inspiración que no es predecible. Y en ese sentido, trabajo mucho con eso. Eso ocurre cuando uno está tranquilo. Por eso los niños son tan intuitivos. A medida que uno se hace mayor, se hace más temeroso. En un escenario si te equivocas no pasa nada, no es grave. Si se equivoca un médico operando a un paciente es complicado (ríe).

-Tal y como está el patio, ¿hay que hacer bromas con la boca pequeña?

-No, creo que es una cosa puntual. La libertad de expresión es sagrada, pero la libertad de expresión no es la libertad de injuriar al vecino; es algo más; es expresar un pensamiento que rompe los moldes del pensamiento; que descoloca al que te oye y le hace ver una serie de cosas nuevas que antes no se permitía ver. Es un arma poderosa, pero no se debe usar para decir bajezas.

-¿Sigue usted lo que pasa en las redes sociales?

-La gente se ha atrevido a decir lo que lleva dentro y muchas veces lo que lleva dentro es horroroso, por lo que se ve en Twitter. Yo, como todos, si me dejara llevar por mis instintos me saldría lo peor. Ahora no hay barreras; no hay decoro.