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Poco a poco se logra mucho

La Razón
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Me han contado una anécdota de la que se puede aprender mucho. Se trata de dos vendedores que se encuentran casualmente en un hotel, habían sido compañeros de estudios y hacía ya varios años que no se veían.

El primero, a quien llamaremos Juan, lucía con orgullo un magnífico reloj de pulsera que llamó la atención del otro, a quien llamaremos Pedro.

«Verás, dijo Juan, es que acabo de cerrar una operación con unos clientes de los Emiratos Árabes y con la comisión me he permitido este capricho, me ha costado doce mil euros, pero creo que merece la pena, es precioso ¿no?» Pedro manifestó su asentimiento y la conversación discurrió por otros derroteros, la crisis, los hijos, las hipotecas etcétera.

Aproximadamente un año más tarde volvieron a coincidir en el mismo hotel, en esta ocasión también llevaba Pedro en su muñeca un reloj de parecidas características al de Juan, quien, intrigado pues sabía que su amigo no tenía clientes importantes, quiso saber la procedencia de aquella maravilla que lucía Pedro en su muñeca.

Cuando se lo pregunto, Pedro, con una sonrisa entre irónica y triste, le dijo «como sabes yo trabajo con clientes pequeños, de los alrededores de mi ciudad y poco más, así que para poderme permitir este capricho, en lugar de, como hiciste tú, cerrar una operación que me reportase doce mil euros de comisión, pues... he cerrado mil doscientas operaciones que me han reportado diez euros cada una y me he permitido el capricho».

Que cada lector saque sus propias conclusiones de esta anécdota.