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Ayuso, presidenta

Ayuso, presidenta
Ayuso, presidentalarazon

Llega entre dardos y piropos la nueva presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso. Se había ganado el cargo desde el momento en que logró encajar las 150 propuestas pactadas con Ciudadanos y los órdagos de un Vox al que no le restaba más que exiliarse en Siberia si dinamitaba el gobierno en ciernes. Desde las torretas de la oposición ya llueven las burlas contra una mujer desprovista del amparo que otras gozan.

Será que no puntúa alto en los mantras obligatorios de la izquierda reaccionaria. «Para ustedes hay dos tipos de mujeres», disparó, «las buenas y las malas, las que son de la izquierda y las que se permiten no serlo. Pues resulta que todas aquellas que estamos soportando este tipo de campañas deleznables no hemos sentido ni una sola vez el apoyo de ninguna de las mujeres que están ahí sentadas y que nos dan lecciones a todas las demás. Nunca. En ningún caso. Jamás. Claro, no somos como ellas. Pero te vienen a hablar de feminismo, de su feminismo, aquellas que han tenido el cuajo de traer a esta cámara a representantes de Infancia Libre para decirnos a las demás como se tiene que llevar o no la maternidad».

Ayuso, descalificada como objeto del yosítecreo permanente ha sacado adelante un discurso en otros momentos rígido, como es norma entre los políticos nacionales. A juzgar por las chanzas cualquiera diría que el resto son Gustavo Bueno. Ángel Gabilondo mantuvo un perfil amable, enemistado con las alusiones personales al tiempo que reivindicaba un debate desprejuiciado sobre la autonomía del profesorado, las desigualdades, la pobreza infantil y los diversos mitos sobre la redistribución de la riqueza y las transferencias de renta. Lástima que también hablase de la «derecha extrema», arrastrado por ese lenguaje de cáscara vacía que insiste en adjudicar a quien no abraza ciertos dogmas la condición de sujeto iliberal. Sus parrafadas sonaron a música celeste comparadas con las descalificaciones de Iñigo Errejón, al que Raúl del Pozo ya bautizó en su día como Judas, y que insiste en ganarse un futuro empleo en el PSOE al tiempo que profundiza en su condición de sepulturero de lo que fue Podemos. En un alarde de superioridad moral afeó la capacidad oratoria de la futura presidenta por «no aguantar un debate de quince minutos». «Esa es la izquierda que no suena a nada nuevo», había comentado ella, «que siempre viene con los mismos mantras, resentida y dolida porque no va a gobernar en la Comunidad de Madrid».

Pero los hombres no solo sus discursos, también sus gestos. Fue hasta cierto punto conmovedor comprobar que uno de los primeros en felicitar Ayuso fue el candidato socialista. El de Gabilondo fue un bonito y necesario gesto de cortesía parlamentaria vetado para alguien como Errejón, partidario del imperio de las castas en la confrontación política y de la construcción de mayorías sustentadas por la argamasa dicotómica de un odio de gran pureza. Se habló mucho durante la campaña de las supuestas meteduras de pata de Ayuso. No tuvo su mejor día, desde luego no el más luminoso, cuando mostró su orgullo por los atascos a las 3 de la mañana; tampoco cuando consideró ofensivo tachar de trabajo basura el trabajo basura, pero los tropiezos fueron usados como enmiendas a la totalidad y no como la constatación de que la periodista bisoña crecía a marchas forzadas delante de las alcachofas.

Cuando el descrédito por la vía del chiste no fue suficiente, sus enemigos optaron por la vía de las sospechas. Unos y otros saben que el triunfo de Ayuso es el de un Pablo Casado que empieza a salvarse por Madrid, kilómetro cero en la reconquista de su propio partido y gran laboratorio político con el que confrontar las políticas de identidad, los alardes presupuestarios, las maniobras demoscópicas de Tezanos, los macrorreportajes del Redondo y los pactos, así en Navarra como en la Diputación de Barcelona, con Bildu y ERC. Frente a la «izquierda malhumorada» Cayetana Álvarez de Toledo hablaba poco antes de la victoria de Ayuso de un «proyecto racional que cree en los ciudadanos». Se trata del optimismo racional del científico británico Matt Ridley, cuyas ideas reivindican las jóvenes dirigentes populares. Descolla un gobierno nuevo en Madrid y el rompeolas español, locomotora de la economía nacional, será el damero alternativo a la confrontación por Moncloa. A Ayuso le corresponde explicar el programa de regeneración de valedor Casado por la vía de la política regional, en el convencimiento de que las obras son amores y no sólo eslóganes. Vapuleada por la apisonadora mediática despunta ya como una política formidable.