Madrid
Okupas «buenos» contra okupas «malos» en San Blas
Inquilinos ilegales se disputan el número 5 de la calle Cronos. En los primeros pisos tratan de lograr un alquiler social, mientras los okupas más antiguos continúan despedazando el inmueble
Inquilinos ilegales se disputan el número 5 de la calle Cronos. En los primeros pisos tratan de lograr un alquiler social, mientras los okupas más antiguos continúan despedazando el inmueble
Por prejuicios o por experiencia, nadie quiere tener un edificio ocupado de forma ilegal en su barrio, porque este movimiento social siempre ha estado vinculado a la suciedad, al ruido y, lo peor de todo, a la grosería y a la intolerancia. Pero en el número 5 de la calle de Cronos –un edificio abandonado que ha pasado ya a ser propiedad de Bankia–, en lugar de gritos se oyen sierras mecánicas en marcha y golpes de martillo acompañando una música de ritmos flamencos. Y sin embargo, las «heridas de guerra» en la puerta del bloque, la fachada y las ventanas no dejan lugar a dudas: el edificio está habitado por «okupas». ¿Qué pasa entonces en esta tranquila calle del barrio de Simancas?
Ocurre que en estos tiempos de crisis que tanto nos están cundiendo, el perfil del «okupa» ha mutado, o mejor dicho, ha ampliado fronteras: personas educadas, limpias y sociables, en el paro, sin techo ni solvencia. Claro que, esto no quita que el «viejo okupa» siga existiendo, ensuciando y destruyendo.
Loli es una mujer menuda pero con garra, de mirada triste pero sonrisa fuerte; una mujer que ha vivido en la calle con su marido y con su hijo de 8 años, pero que ya se ha cansado de esperar al futuro mejor y ha ido a buscarlo. Por eso, desde hace tres semanas, se ha mudado a la calle de Cronos para devolverle al edificio número 5 un aire de comunidad vecinal que había perdido hace mucho. Y es que, los antiguos «inquilinos» de este inmueble defendieron a capa y espada las cualidades más detestables de una comunidad okupa, tanto, que después de ser expulsados de allí por la Policía –seguramente alertada por las llamadas y denuncias del resto de vecinos del barrio–, destrozaron todo lo que encontraron a su paso.
La inquina de los susodichos fue tal que se preocuparon incluso de vaciar todos los extintores del edificio, ensuciando zonas comunes y viviendas, dejándolas en un estado lamentable; así lo relata Loli, dando fe del trabajo que le dio limpiarlo todo hasta dejarlo impoluto como está –si uno no lo ve, no lo cree–. Y no sólo eso, porque, además de ensuciar, los okupas «malos» arrancaron todo el cableado para vender el cobre y se llevaron todo lo que les sirvió de chatarra hasta desnudar por dentro y por fuera el inmueble; de hecho, una de las quejas de Loli es que no disponen de tuberías, con lo que no tienen agua corriente.
Esta dicotomía entre los que podríamos llamar okupas «buenos» y okupas «malos» queda evidenciada en la relación que tienen unos y otros con la Policía. O al menos los primeros tienen buenas sensaciones, incluso, se ven respaldados por el Cuerpo con el que, según cuentan, tienen un acuerdo de palabra que les llena de esperanza: si en un plazo de unos cuatro meses estos okupas demuestran tener un comportamiento respetuoso con el resto del barrio y mantienen el edificio en buenas condiciones, la posibilidad de acordar un alquiler social con Bankia estará más cerca de hacerse realidad. «Yo no me niego a pagar un alquiler», repiten incansables Loli y sus compañeros, que se muestran deseosos de recibir a la Policía en sus casas, limpias y humildemente amuebladas. Seguramente ellos han magnificado las palabras de algún agente que no pudo resistirse a darles un buen consejo, pero, sea como sea y se lleve a cabo esa «inspección», los okupas «buenos» seguirán con su «puesta a punto» del edificio, porque de otra manera no saben vivir.
A todo esto, el resto de vecinos del barrio responden con recelo, o directamente no responden; porque el temor a las represalias se mantiene palpitante en el ambiente –no hay que olvidar que hace un mes el número 5 de la calle de Cronos estaba habitado por personas sin escrúpulos ni respeto alguno a la comunidad–. De hecho, los okupas «malos» no han desaparecido por completo del bloque: en los pisos más altos –en un rellano con el que los nuevos okupas ni siquiera se comunican–, siguen viviendo personas que, a la llegada de un par de reporteras a la zona desconfían. Chistan desde la ventana, se acercan intimidantes, cierran las puertas con rabia; y todo por una cámara de fotos, un boli y un papel. Ahora queda esperar: la visita de la Policía Municipal, una propuesta de Bankia, la opinión del resto de vecinos... Ellos creen que todo llegará tras las fiestas de Navidad, y hasta entonces, seguirán en San Blas.
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