Música

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Rosendo, un héroe, uno de nosotros

Rosendo Mercado deja los escenarios tras 45 años de carrera musical
Rosendo Mercado deja los escenarios tras 45 años de carrera musicallarazon

Decir que podríamos estar en su lugar sería menospreciar al artista que ha escrito algunas de las mejores letras de rock en castellano de las últimas décadas, pero de Rosendo se puede decir que, por su llaneza y sencillez, es alguien con quien identificarse. Y si hay un icono de este Madrid que pocas veces saca pecho y que incluso carece de autoconciencia, ese es Rosendo Mercado, de oficio escritor de canciones, que ayer se despidió de su ciudad esperemos que no definitivamente. Gastó pronto su repertorio de este siglo, sin duda el menos inspirado, pero de rigor en una noche para el inventario. Regaló para engrasar «Por meter entre mis cosas la nariz» y casi ninguna palabra que no estuviera escrita de antemano. Sin embargo, como es menester en el momento de decir «taluego», Rosendo levantaba al público con clásicos como «Cosita», la infrecuente «El ganador», y hasta su versión de «No dudaría» de Antonio Flores.

El público no dejó de corear su nombre pero Rosendo se mostró inasequible al cumplido, como si la cosa no fuera con él, como si de tanto rechazar homenajes, aplausos y hasta de dar entrevistas para no escucharse, ya fuera como su propio estribillo: «No me conoces». Rosendo no pidió anoche por la paz mundial ni quiso mandar un mensaje desde su púlpito: cumplió con su parte, la del directo, quizá la más tediosa ya para él a sus 64 años, que prefiere hacer canciones con la humilde ambición del carpintero. Pero es que anoche era el momento de volver a escuchar, acaso por última vez en Madrid, su Madrid, joyas como «...y dale!», «una canción que escribí cuando era un chaval», según dijo el de Carabanchel sobre «El tren», cuando parecía que estaba compitiendo contra sí mismo en enlazar canciones sin decir ni mu. ¿Y qué más hay que decir? «Flojos de pantalón», por ejemplo. «Madrid, han sido muchos años, no sé si volveremos a vernos, pero no me gusta hablar y no me gustan las despedidas. Quizá nos encontremos de nuevo, o puede que no, o que sea en otra vida», dijo por fin las palabras que todo el mundo esperaba como una disculpa innecesaria, como una pequeña gran concesión antes del panteón de las letras del rock en español: «Pan de higo», «Navegando», «Agradecido», «Loco por incordiar» y dijo: «Me duele tener que parar». Quedaba «Maneras de vivir», una emoción difícil de describir, pero no fue la última, porque siempre queda un poso amargo: «¡Qué desilusión!». Y ahí se desgañitó Madrid, que es suyo, para siempre.