Madrid
Los quioscos se reinventan
Desde películas hasta complementos, pasando por café caliente y, sobre todo, imanes. Los puestos han descendido un 50% en diez años. Hoy tienen sus principales ingresos gracias a cromos y juguetes
KGB 007. No, no es la próxima entrega de James Bond. Es el nombre de uno de los quioscos con más solera de Madrid. La «K» es de «kiosko», grafía aceptada por la RAE. La «G» de Glorieta. La B, de «Bilbao»... y el 007 se debe a que se encuentra en el número siete de esta emblemática zona del barrio de Universidad, justo en frente del Café Comercial. Su dueño, Rafael Martín, cuenta con periódicos, revistas... y cerca de 4.000 películas. Su quiosco se ha convertido en un referente para los cinéfilos, también de fuera de la capital, que se desplazan hasta allí solo para consultar los títulos: «cine italiano», «suspense/terror», «romántico»... Los tiene ordenados por decenas de categorías. «Decidimos centrarnos en eso. Dimos un ‘’volantazo’’. Los DVD apenas pesan, no ocupan espacio, no se deterioran... A día de hoy, vivimos de eso», afirma. Reconoce que su caso es «excepcional». «No sabemos si hay una solución global, pero podría pasar por la especialización: que cada quiosco se centre en algo concreto», afirma.
El problema al que se refiere Rafael es al de la situación de los quioscos. Si bien no existe un censo como tal, según la Asociación de Vendedores Profesionales de Prensa de Madrid (AVPPM), el número de asociados ha pasado de cerca de 800 a 370 en los últimos diez años. Una reducción de más del 50%. ¿Las causas? «Principalmente internet. Las plataformas digitales nos han hecho mucho daño. Hoy, cualquiera puede tener el periódico gratis», afirma José Marcos, vocal de la asociación y dueño del quiosco situado en el número 135 de la calle Príncipe de Vergara. «No hay un relevo generacional, ni para los clientes ni para nosotros. El cliente es mayor y los jóvenes no quitan la vista del teléfono o la tablet. Y, por otro lado, ¿a quién dejo el quiosco en el futuro? Posiblemente desaparezcan», afirma José, padre de dos hijos.
Tanto Rafael como José «heredaron» la profesión. En el caso del primero, hablamos de una tradición de casi cien años. Su abuela ya vendía periódicos durante la posguerra, de forma ambulante, sobre todo en las bocas de Metro. Después, sus padres, en 1979, adquirieron el quiosco de la Glorieta de Bilbao, negocio en el que Rafael comenzó a echar una mano con apenas 13 años... y hasta el día de hoy. De hecho, este puesto ha sido testigo de la España de 1979, aquella que empezaba a afianzarse en la democracia tras la Transición. No en vano, el quiosco fue concedido por Enrique Tierno Galván, el «alcalde de la Movida».
En cuanto a José, sus padres contaban antes con otro puesto en la calle Gabriel Lobo, en Prosperidad. Recuerda los tiempos en los que el suyo era un negocio muy lucrativo. Los libros de la colección RTV de la Biblioteca Básica, aún presentes en multitud de hogares, fueron un auténtico «bombazo» en su día: Unamuno, Verne, Stevenson, Galdós... y así hasta 100 títulos, que se agotaban al poco de llegar a los quioscos. Lo mismo ocurrió con la colección de «Fauna», de Félix Rodríguez de la Fuente y, en menor medida, con las diapositivas del mundo submarino de Jacques Cousteau, «Los secretos del mar». Era una época en la que triunfaban los coleccionables, con el primero a precio de lanzamiento. Y si bien iban subiendo en coste, muchos llevaban la colección hasta el final. «Eran días estresantes», recuerda Rafael. Entonces, los quiosqueros se encargaban incluso de encuadernar los fascículos para sus clientes.
Todo eso ya es historia. Hoy, el panorama es muy diferente. Entre revistas y periódicos, José vende también paraguas a 4,95 euros, pero mantiene su negocio sobre todo gracias a los repartos de prensa para empresas. En algunos quioscos se puede adquirir un café caliente, mientras que en unas pocas manzanas es posible encontrar bolsos y complementos en otros puestos. A su vez, sus compañeros del distrito de Centro han encontrado un filón en los imanes de Madrid, muy valorados como souvenir turístico, si bien ese producto solo funciona en zonas concretas como las de Puerta del Sol y Gran Vía. También los hay dedicados a vender entradas para el cine, el teatro, viajes... Rafael afirma que, a día de hoy, los cromos de la Liga de fútbol, distribuidos en dos colecciones –agosto y enero– están «salvando a muchos quioscos y distribuidoras». Y los juguetes infantiles también están constituyendo un importante balón de oxígeno. Especialmente los «Superzings», figuras que enfrentan a unos héroes con sus correspondientes némesis; por ejemplo, una «superlavadora» frente a unos «supercalcetines» sucios.
Un «servicio público»
Lo que no han dejado de ejercer es su labor como «servicio público». «Tendrías que ver la cantidad de gente que viene a preguntarnos», dice Rafael. Prácticamente, hacen de «callejero» para todos aquellos viandantes extraviados y/o despistados. «Si ven a un policía municipal y a un quiosquero, siempre prefieren preguntar al quiosquero», añade.
«Todo se valora cuando se pierde», afirma José. «El que viene al quiosco, busca algo más. Aunque sea que te den los buenos días. O cuando los clientes te confían la bolsa de la compra para que se la guardes un momento. Esa labor, ese trato humano, desaparecerá», dice.
Rafael apunta a que, dentro de nueve años, en 2029, vence la segunda de las licencias que les concedió en su día el Ayuntamiento. Podrían venderla, pero son escépticos de hasta qué punto puede estar a día de hoy alguien interesado en comprar uno de sus puestos. «Es algo que dificulta más la supervivencia», dice. En todo caso, José cree que «el papel no va a desaparecer. En vez de 370 quioscos, a lo mejor acaban quedando cincuenta... pero con otro estilo».
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