Opinión
El berrinche de La Montero
Eso sí, ninguna pasaría el test de Bechdel: no dejaron de hablar de tíos
Ayer un amigo mío, que estaba malito (y aburrido) me enviaba un WhatsApp: “Si yo lo he visto, tú también”. Y así es como, en lo que Irene Montero habría denominado “violencia machista por dispositivo telefónico interpuesto”, me tragué una hora y cincuenta minutos de impúdica pornografía emocional (no te lo perdonaré jamás, Pablo. Jamás). Y es que el acto denominado “Con todas, por todas” y organizado a mayor gloria de la titular del chiquipark para adultas Alcalá 37 no es más que lo que hemos hecho cualquiera en pleno berrinche: quedar con las amigas. Lo que pasa es que ella, que para algo es ministra, en lugar de en Mibardesiempre o el salón de casa, lo organiza subida a un escenario, con mucho morado por todas partes, y así le aplauden. “Me prestaba los apuntes”, decía Ione Belarra, al borde de las lágrimas, con el tono del que acaba de recibir un riñón. Esa es su épica: prestar apuntes. Y nos da una buena medida de lo que para ellas es un problema gordo. No es que me parezca mal ensalzar la amistad como máximo logro de alguien si no tiene otro. Pero en la intimidad, digo yo, mientras ella abraza un cojín y se pimpla una botella de Jose Cuervo, tú le pones un brazo por los hombros mientras le alcanzas los kleenex y el resto de amigas le dice “tú pasa, tía”. Otra cosa que me impresionó es la variedad de minorías identitarias que abarca el círculo de la Montero, como si las hubiese elegido como yo el corte en la carnicería: ponme una con cuerpo no gravitatorio alejado de todo canon físico heteronormativo, una con pene, una judía que sea también gitana y bisexual (así me ventilo tres minorías en una)… Eso sí, ninguna pasaría el test de Bechdel: no dejaron de hablar de tíos.
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