Cine
Majewski, en la tabla de Flandes
El polaco dirige la experimental «El molino y la cruz», sobre un cuadro de Brueghel
Hay, en la historia del cine, películas sobre pintores –de Miguel Ángel a Basquiat, pasando por Goya, Vermeer o Pollock–, incluso sobre cuadros concretos y procesos artísticos. Pero cuesta encontrar una que, como «El molino y la cruz», sea en sí misma un cuadro, o lo más próximo a su representación en el lenguaje del celuloide. Reto artístico, reflexión histórico-social, órdago simbológico, el filme del artista plástico, director de escena y cineasta polaco Lech Majewski se escapa de lo convencional no sólo en su punto de partida sino en su forma. Majewski cayó cautivado por un ensayo que le envió el crítico de arte Michael Francis Gibson sobre el cuadro de Pieter Brueghel «El camino al calvario»: «Me lo envió con una anotación en la que decía que yo tenía una mente bruegeliana –cuenta–. Era un ensayo de 230 páginas maravillosamente escrito. Lo leí de golpe y me sugirió tantas imágenes que supe que quería hacer una película sobre él». Así nació un filme en el que Majewski se adentra en las historias de los personajes del lienzo; una cinta coral en la que destacan Rutger Hauer –que encarna al propio Brueghel–, Michael York y Charlotte Rampling. Un viaje a una época en la que lo espiritual, lo religioso, empapaba el día a día de Europa; también una denuncia de la brutalidad y la intolerancia, personificada –qué le vamos a hacer– por los soldados españoles de Flandes y la Inquisición... «Dios no es un término preciso: dos personas que hablan de Dios dicen cosas diferentes», sentencia.
Años de trabajo
Apasionado y culto, Majewski explicó a LA RAZÓN su visión del arte y la historia en Madrid, donde presentó esta compleja película-lienzo. «Fue muy complicado meternos en el mundo de Brueghel. Estuvimos un año creando el vestuario. Quería que estuviera todo cosido a mano, para lo que empleamos a 40 modistas. Antes tuvimos el problema de conseguir los colores, porque hoy son todos sintéticos. Así que creamos nuestra propia producción con barriles de tinte vegetal a partir de cebolla o remolacha, para lograr vestir a 500 personajes». El siguiente problema fue recrear el paisaje, para lo cual mezcló capas de escenarios reales con fondos pictóricos: «Los reproduje todos, pero descubrí que era un espacio muy misterioso: el ojo no puede enfocar bien. Brueghel era un artista del Renacimiento. Pensé que sería ideal para la lente de la cámara. Pero al analizarlo por ordenador, descubrimos que había perspectivas diferentes y contradictorias. Tuvimos entonces claro que cada plano debía ser una pieza diferente». Así, rodaron alguns en Austria y en la República Checa, pero las nubes en Nueva Zelanda. «El proceso de unirlos todos me llevó dos años y medio», cuenta el cineasta. «Tenía un mínimo de 41 capas y hasta 147 en algunas escenas. Fue como bordar un tapiz digital. Trabajé con muchos jóvenes profesionales gráficos. Por las tardes, mientras yo caminaba por los pasillos, me sentía como el abad de un monasterio mientras los monjes trabajan en sus libros iluminados».
«Brueghel quiso que yo hiciera la película», asegura Majewski con ironía: «Siempre he estado fascinado por su obra, desde pequeño. La veía en el Kunsthistorisches Museum, me fascinaban sus cuadros. Me reordaban al cine de Fellini. No entendía mucho, pero me atraían sus personajes. Más tardes descubrí que había en sus obras muchos significados y capas».
Cuenta el artista que rodando el filme «descubrí muchas cosas sobre Brueghel: es un mago, un conjurador. Es algo que ves como obvio cuando vas por el museo y te fijas en los personajes de su cuadro: realmente no le simporta si les estás observando; te dan la espalda, psicológicamente».
Majewski rueda con un «tempo» antiguo y, podríamos decir, europeo, sin apenas conversación ni sonido: «En el cine de hoy se abusa d ela música, es algo constante, me pone de los nervios. Es como la múica de propaganda», cuenta. Y explica que «vivimos en un mundo acelerado. Tiene que ver con la huida d euno mismo. las cosas van más y más rápido. Los vídeojuegos pasan a toda máquina. Pero pagamos un precio: no pensar. Y está el mundo de las drogas. El mejor negocio es el de la evasión: si puedes proporcionale a la gente una vía de escape, serás millonario». frente a eso, se alzan propuestas como «La cruz y el molino», contemplativa, pausada, reflexiva. Una película sobre la historia. También sobre la crueldad: «La naturaleza humana sigue igual –aclara el director–. Hay dos cosas que han avanzado: la inteligencia humana y su maestría en el dominio del mundo físico. Pero otras cosas no han conocido el progreso: el espíritu humano. Eñl arte, por ejemplo, ha «regresado». ¿Podemos decir que los compositores ahora son mejores que Bach? Lo mismo ocurre con la naturaleza humana».
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