Opinión
Amodio
Tomo prestado este término que proponía el genial anuncio navideño en el que tuve el honor y el orgullo de participar, para definir a los españoles, movidos siempre por nuestros mayores fervores, tanto de amor como de odio.
Esa intensidad emocional ocurre en todo el mundo y, llevada al extremo, ocasiona que tengamos que asistir a verdaderas tragedias precisamente en una fecha tan significativa como el 14 de febrero, que los que odian, tiñen de sangre, dolor y lágrimas.
Seguimos sin asimilar la matanza de un chaval de 19 años en Florida. Hacía pocos meses que había perdido a su madre adoptiva, la única quizás que dio amor a un niño solitario, de conductas inadaptadas y cuya mayor devoción era a las armas.
Nikolas Cruz planificó detalladamente la masacre: hizo un curso de entrenamiento militar, compró un fusil semiautomático por 500 dólares mostrando solo su documento y el día de San Valentín fue al colegio del que fue expulsado, activó la alarma de incendios y comenzó a disparar. Si bien hay millones de comentarios en la red movidos por la ira, el odio, la envidia... que nunca llegan a nada, hay quien advierte antes. «Voy a ser un tirador escolar profesional», escribió, y un agente de fianzas de Mississippi alertó al FBI, enviando una captura de pantalla del comentario, pero ahí quedó.
Tampoco olvidaremos el asesinato en San Valentín de hace ya cinco años, en una lujosa mansión de Pretoria, de la abogada, actriz y modelo Reeva Steenkamp a manos de su novio Oscar Pistorius, el hombre más famoso de Sudáfrica después de Nelson Mandela, «proclive a caer sin motivo en unas rabias descomunales».
En Estados Unidos hay ya una fuerte corriente que aboga más por la policía y el cambio, que por los rezos. Y es que un mundo sin violencia comienza por limitar el acceso a las armas y una educación en inteligencia emocional que ayude a todo el que venga a compartir nuestro planeta a controlar esos fervores que aumentan el número de víctimas inocentes.