Letras líquidas
Mil formas de violencia
Coincide en el tiempo, además, mi lectura de su experiencia en Ucrania con el rebrote de la violencia en su Colombia natal
Recuerda Héctor Abad Faciolince en su libro «Ahora y en la hora» (Alfaguara) el viaje que realizó a Oslo en 2016: el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, iba a recibir el Nobel de la Paz por sus esfuerzos para acabar con el conflicto armado que sacudió a su país durante más de cinco décadas. Acudió a la capital noruega con un grupo de personas que, como él, habían sufrido algún tipo de violencia en su familia (en su caso, su padre, Héctor Abad Gómez, médico y activista de los derechos humanos, fue asesinado en Medellín). El escritor colombiano apela a este recuerdo en uno de esos giros vitales inesperados, piruetas enloquecidas, que unen circunstancias distintas y conectan situaciones aparentemente dispares y deslavazadas que, sin embargo, se revelan similares con paralelismos que impresionan.
Siete años después de aquel viaje al norte de Europa, en 2023, Abad Faciolince comparte «whisky en las rocas» con un amigo que vuelve a acompañarle en otra expedición que le ha llevado esta vez hasta Kiev, ya cumplido el primer año de guerra. Aunque el plan inicial era visitar una feria del libro con las editoras de sus obras en ucraniano, en una decisión inesperada, el grupo decide acercarse al este, a Donetsk, a la ciudad de Kramatorsk, primera línea del frente. Una visita que alguno de ellos ya había realizado, una incursión en apariencia controlada, pero que terminó, ya es una historia conocida, en tragedia: un misil ruso cayó en la pizzería en la que cenaban y acabó con la vida de Victoria Amélina, escritora ucraniana, que ocupaba el lugar en la mesa que, en realidad, debía haber correspondido a Abad Faciolince. Trauma e impacto suficiente para ser inspiración, estímulo, aliento y justificación del libro.
«Obviamente yo no me imaginaba... denunciando otra guerra y en busca de otra paz», confiesa el colombiano en uno de sus párrafos. Y en ese viaje físico y emocional a otros conflictos e injusticias, desvela la naturaleza universal del mal. Cíclica e implacable. Coincide en el tiempo, además, mi lectura de su experiencia en Ucrania con el rebrote de la violencia en su Colombia natal. Un fantasma que sobrevuela la vida social y política tras años en los que la furia parecía superada. Heridas que se reabren y temores de involución tras el atentado al senador Miguel Uribe Turbay, a plena luz de mitin improvisado en la calle. Tensiones verbales y explosiones en otros puntos del país amenazan una paz lograda con esfuerzo y suponen la constatación de que la violencia, como la energía, se transforma y solo queda luchar para que, al menos, aunque se cree, el Estado de derecho pueda destruirla.