Opinión

«La Maga» no existía

Peleados con nuestras circunstancias, envidiamos la realidad ajena, pero no es oro todo lo que reluce. Hay un matrimonio admirado del que, azares del destino, lo sé casi todo. Ella es monísima, él súper atractivo. No tienen hijos, se embelesan mutuamente en público, viajan frenéticamente y queda fenomenal invitarlos. «¡Cómo se quieren!» proclaman todos. Más allá de los focos, cada seis meses hacen crisis. Se pelean, se tiran los trastos a la cabeza, lloran. Sólo que todo esto ocurre en la estricta intimidad. Cuando me los ponen de ejemplo, me muerdo la lengua.

«La Maga» de Julio Cortázar ha fascinado a generaciones enteras. El genio argentino nos conquistó en «Rayuela» con los amores de Oliveira hacia esta chica de zapatos rojos con la que perpetraba extravagantes ceremonias. Ellas querían ser la Maga, ellos querían encontrar a esa mujer inspiradora. ¿Quién era la Maga? Los biógrafos descartaron a Aurora Bernárdez, la súper intelectual esposa de Cortázar, traductora excelsa, sensata consorte que al final incluso lo acompañaría en la triste agonía por un sida contraído por una transfusión. Tampoco Ugné Karvelis, la segunda compañera, bella y apasionada, con la que el escritor compartió una relación turbulenta. La tercera consorte oficial de Julio Cortázar, la joven aries Carol Dunlop, que tanta mecha y juventud inyectó a la vida del genio y que murió dos años antes que él, no respondía a la descripción de la chica. En realidad, la Maga existió mucho antes que todas ellas y compartió el primer París del argentino. Se llamaba Edith Aron y era una judía de origen alemán, traductora igualmente. Cortázar se le declaró, ella vaciló y finalmente él se decidió por Aurora Bernárdez. La Maga pasó entonces a la historia de la Literatura. Nos gustaría pensar que él siempre suspiró por ella, que se equivocó en la racional elección de la sensata. Nada más lejos de la realidad. Incluso, cuando hubo que traducir la obra de Cortázar al alemán, el creador vetó a Edith Aron. Según explicó a su editor, no estaba a la altura. La taxativa argumentación tuvo repercusiones graves en la carrera de la mujer, que años después seguía reclamando ayuda a Julio Cortázar. En las cartas de respuesta, serias y desalentadoras, se adivina a al escritor harto de la pedigüeña, respondiendo con paciencia.

Fue «La Nación» de Buenos Aires el periódico que al fin se apuntó el tanto de entrevistar a La Maga, ya de 80, jubilada en Londres y viuda de un británico. Es triste conocer estos detalles, pero, a la vez, te reconcilia con la realidad. Cortázar nunca tuvo una Maga, sencillamente, se la inventó. Estuvo tan lejos y tan cerca de la felicidad como cualquiera de nosotros.