
Al portador
Cerdán, Ábalos y Koldo ante «el dilema del prisionero»
Solo él sabe cuál es su resistencia y a qué está dispuesto para mejorar su situación
Albert W. Tucker (1905-1995), matemático estadounidense nacido en Canadá, bautizó como «El dilema del prisionero» uno de los problemas fundamentales de la teoría de juegos, desarrollado por Merrill M. Flood (1908-1991) y Melvin Dresher (1911-1992). Aborda la circunstancia en la que dos personas no pueden cooperar si ello va en contra del interés de ambas. Es lo que llaman un ejemplo de «suma no nula». Santos Cerdán, enviado ayer a prisión preventiva por el juez Leopoldo Puente, es probable que nunca haya oído hablar del asunto. Tampoco Koldo García y es probable que José Luis Ábalos. Ahora, los tres están ante una versión, más o menos adaptada, del «dilema del prisionero». Su enunciación clásica dice que «la policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras separarlos, les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años por ejemplo, y el primero liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá la pena y el segundo saldrá libre. Si ambos confiesas, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrá hacer la justicia es encerrarlos durante un año por un cargo menor». El corolario de la situación indica que para el interés óptimo de todos lo mejor serían que ambos lo negaran todo. Cualquier otra decisión podría ser peor para los dos. No obstante, si siguen sus intereses egoístas, ambos recibirían condenas duras.
«El dilema del prisionero» se basa en que ambos sospechosos están aislados, no pueden comunicarse y no saben qué dirá el otro. No es la situación de Cerdán, Ábalos y Koldo, pero hay similitudes y el resultado puede ser similar, con el añadido –estrambote- de que pueden implicar a terceras personas. El hasta hace nada secretario de organización el PSOE, el hombre en quien confiaba Pedro Sánchez y ponía la mano en el fuego por él María Jesús Montero, está en prisión, repudiado por su propio partido. Solo él sabe cuál es su resistencia y a qué está dispuesto para mejorar su situación. Lo mismo les ocurre, con la diferencia de que siguen en libertad, y no es poco, a Ábalos y Koldo. Hasta ahora, la estrategia –sin duda convenida– consistía en refugiarse en la negación, al menos de los asuntos más punibles, entre los que no están andanzas por clubes de alterne. A partir de ahora, quizá empiecen a no coincidir los intereses egoístas de cada uno y eso puede ser peor para alguno o para todos, según el juego de «El dilema del prisionero», bautizado por Tucker.
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