Opinión

En recuerdo de María Orán

María Orán falleció en la madrugada del 10 de marzo en su tierra natal tras una larga enfermedad. Había nacido en Santa Cruz de Tenerife, donde realizó sus primeros estudios, para trasladarse después a Madrid a trabajar con José Cubiles y Lola Rodríguez de Aragón en el Real Conservatorio de Música. Su voz amplia y aterciopelada, que en algunos momentos recordaba a Renata Tebaldi, su gusto y musicalidad, la naturalidad con lo que hacía parecer fácil lo difícil, la llevaron a cantar por todo el mundo, siendo siempre querida donde actuaba debido a su carácter entrañable. Colaboró en conciertos con las orquestas más importantes: Filarmónica de Londres, Bayerische Rundfunk, Filarmónicas de París o Israel, Sinfónicas de Viena y Berlín, la japonesa Yomiuri... con maestros como Nagano, Gibson, Ozawa, Rossi, Comissiona, Plasson, Markevitch, etc. y, por supuestos con todas la agrupaciones y directores españoles. También cantó ópera y su Desdémona era considerada por Mario del Monaco, el Otello de referencia y con quien actuó en Las Palmas en 1972, como una de las mejores con las que había compartido la obra verdiana. Uno de sus papeles por excelencia fue la Salud de «La vida breve», de la que realizaba una creación difícilmente superable y por ello Frühbeck de Burgos la prefirió para casi todas las ocasiones en las que abordaba la ópera. Fue una gran intérprete de oratorios y lieder, en cierto modo sucesora de Victoria de los Ángeles, grabando la obra completa para canto de Falla, la de Rodrigo o García Abril. Su repertorio abarcaba también a los alemanes, los franceses o los italianos, con la enorme virtud de saber diferenciar sus respectivos estilos. Más de cincuenta canciones fueron escritas expresamente para ella.

Fue con «La vida breve», en Tokyo con el maestro burgalés y la Yomiuri cuando tuve ocasión de tratarla más y sentir no solo su talla artística, sino también su enorme categoría humana. Era una mujer sensible, cariñosa, atenta, muy lejos de divismos. Quiso compartir su arte y ejerció la docencia durante más de veinte años en la Escuela Superior de Canto de Madrid y ocupó una cátedra en Friburgo y en Tenerife. Recibió numerosos premios: el Larios en 1993, la Medalla de Oro de la Isla de Tenerife en 1994, la Cruz de Isabel la Católica un año después o el Tedie de Oro.

Aunque la enfermedad la fue debilitando conservó su buen humor y tuvo la suerte de poder vivir por streaming el homenaje que le dedicó la Fundación CajaCanarias sólo una semana antes de fallecer. Descanse en paz esta gran Salud, a la que finalmente faltó salud, rodeada siempre del cariño de su familia y amigos que nunca podremos olvidarla ni como artista ni como persona.