Opinión

Al final de la escapada

Un alivio y un disgusto. Lo del regocijo viene al ver que los maleantes pagarán el precio de sus tropelías.

La pesadumbre, tras leer la minuciosa descripción que hace el juez Llarena de la campaña para romper España, llega cuando te preguntas cómo es posible que los golpistas perpetraran durante años tal rosario de delitos sin que nuestra democracia moviera un dedo para impedirlo.

Porque no fue cosa de un día o un hecho aislado. Como explica el magistrado, se trata de un plan iniciado como poco en 2013, en el que los ahora encarcelados o en fuga pusieron las instituciones de Cataluña al servicio de un golpe, acumulando un acto de rebelión tras otro, hasta llegar al esperpento de la declaración de independencia del 10 de octubre de 2017.

¿Dónde estaban el Gobierno, el Tribunal Constitucional, nuestros jueces, los partidos políticos y los medios de comunicación? Se lo digo yo: tocando el violón y procurando «no meterse en problemas». Esa vergonzosa indolencia explica el descaro de los independentistas.

Partían del error de pensar que España es sólo un Gobierno pusilánime en Madrid, pero lo que les dio alas fue la impunidad. Las lágrimas de este 23 de marzo, las caras de susto y la lividez, no se entienden sin tener presente que nunca imaginaron que su desafío entrañaría un precio y gravoso.

Hasta este viernes y aunque algunos como Puigdemont o Gabriel tomaron previamente las de Villadiego «por si acaso», los artífices del «procés», los fanáticos de TV3, los periodistas de plantilla, los subvencionados de Ómnium o la ANC, y sus numerosos seguidores no se habían enterado de lo que «vale un peine».

El que haya transcurrido medio año desde la desafiante proclamación de la «República Catalana» hasta el empapelamiento de sus artífices, también alimentaba la idea de que España es un «tigre de papel» y no pasaría nada.

La catarsis que no logró el 155 aplicado con tantos melindres, la han hecho cristalizar en un pis-pas el procesamiento y la entrada en prisión de Turull y sus compinches.

En cualquier caso, con jueces no basta: o el Estado español va hasta el fondo, asume la educación y entra en la batalla de las ideas y los sueños, o volveremos a las andadas.