Opinión

Woodstock

Se hace raro. Desconectar del pulso diario y echarse al monte. A cualquier sitio donde el día a día no sea un tam tam continuo de noticias. Abandonar el seguimiento de las andanzas de ese Puigdemont napoleónico en el sentido más desquiciado o la penúltima hazaña del bárbaro Trump. Pero aquí estoy, en Woodstock, epicentro de la contracultura a finales de los sesenta. Cuando los niños celestes prometían paraísos al alcance de la Era de Aquarius. Por decirlo con la expresión dilecta del Norman Mailer más excesivo e inolvidable. El de «Los ejércitos de la noche». Que iba a enterrar el complejo militar-armamentístico y a clausurar la guerra en Vietnam. Un sueño jipioso. Liberal y reaccionario a partes iguales. Todavía fascina por lo que tiene de utópico y, sobre todo, por la fantástica música que trajo bajo el brazo, como un pan psicodélico y radiante. Creyeron encontrar invitaciones a la felicidad en un antirracionalismo que miraba hacia Oriente. Quizá para evitar la incómoda certeza de que el suyo, más allá de la revolución sexual, era un empeño místico y por tanto ultramontano. Aunque bien es verdad que adornado con ropas fluorescentes. Pero Woodstock no es sólo el lugar al que peregrinaron un millón de jóvenes para encontrar el karma en un estribillo y flotar entre nubes ácidas. Aquí también se refugió el Bob Dylan que escapaba de la adoración planetaria y que, con la ayuda de sus amigos de The Band, patentó la llamada Americana en las gloriosas «Basement tapes». Como cuento en un artículo para Efe Eme, en Woodstock vivió durante décadas el gran Levon Helm, vocalista y batería de The Band. Aquí levantó el mítico Granero donde tocaba con sus amigos y aquí registró dos discos fabulosos. Cuando abro el periódico y encuentro el careto de Trump, su retórica injuriosa, sus ataques a los mexicanos, su palabrería cavernaria, su manejo de los miedos del personal, su exaltación de caudillo infalible, me avergüenzo del país que me acoge. Menos mal que basta con cerrar el diario, enchufar el Spotify, subir el volumen y escuchar los primeros compases de Dirty farmer, el penúltimo disco de estudio de Helm, para reconciliarse con la mejor América y recordar las razones por las que llegaste. Un país enamorado de la libertad y cuyos hijos engendraron de las músicas más hermosas que puedas imaginar.