Opinión
Diplomacia
Un diplomático, según Robert Frost, es un hombre que siempre recuerda el cumpleaños de una mujer, pero que nunca recuerda su edad. Don Juan Valera exagera un poco cuando asegura que se metió en la diplomacia porque basta con bailar bien la polca y comer pastel de foie-gras. En realidad, la diplomacia consiste en servir fuera al país de uno con discreción y eficacia, y, si es posible, con una cierta elegancia y cortesía. Es lo que están haciendo, si no me han informado mal, un nutrido grupo de prestigiosos embajadores de España jubilados que han firmado un escrito que piensan presentar en la Embajada alemana en Madrid mostrando su perplejidad y desazón por el comportamiento de Alemania en la crisis catalana. No les cabe en la cabeza que se muestren tantas reticencias a la entrega a la Justicia española de un presunto delincuente tan notorio como Puigdemont. En su opinión, esto no encaja en las buenas relaciones históricas –«¡desde Carlos V!», según ellos– entre Alemania y España.
Se trata de una protesta diplomática en toda regla, llevada a cabo, como mandan los cánones, con elegancia y discreción, sin dar cuartos al pregonero. La carta responde al malestar silencioso que se observa en amplias capas sociales españolas, sobre todo las más ilustradas y europeístas, ante el desprecio que esto supone a la Justicia española. Resulta que los secesionistas reclamados por el Tribunal Supremo de España con gravísimos cargos contra ellos encuentran cobijo en Bélgica, Escocia y Alemania. Se trata de un golpe bajo a la construcción de Europa, convertida así en refugio de delincuentes. Se levantan fronteras a la Justicia y se pone en cuestión la calidad de la democracia española, que tanto costó levantar. Una humillación innecesaria, sobre todo viniendo de donde menos se esperaba: de Alemania.
La diplomática protesta de los embajadores encierra además, me parece, una crítica de fondo a la actuación del Gobierno español. No entienden los elogios encendidos del presidente Rajoy al comportamiento «impecable» del Gobierno de Berlín en el «caso Puigdemont», ni están muy conformes con la actuación, tan blanda, del Ministerio de Exteriores, que no ha ganado del todo la batalla en las cancillerías ni, menos aún, en la opinión pública. El hecho de que los viejos embajadores acudan al rescate demuestra que algo está fallando aquí. La carta es, desde luego, un gesto de cortesía diplomática, y la cortesía, como dice Goethe, tiene siempre un profundo fundamento moral.
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