Opinión
Decálogo de Rajoy
Parlamentarismo
Por mucho que los españoles no se lo tomen en serio, vivimos en un régimen parlamentario. Lo ha demostrado lo ocurrido durante la moción de censura. Rajoy es de los que se toman en serio el Parlamento y el parlamentarismo. Y no sólo porque, como suele decirse, haya sido un gran parlamentario, combativo y mordaz. (Que se lo digan a Pedro Sánchez, que sólo recuperó el aliento cuando se quitó de encima al entonces presidente). También ha ejercido de tal: confianza en la palabra, voluntad de convencer, gusto por el gesto eficaz y preciso.
Partido Popular
Rajoy ha sido por excelencia el hombre de partido, con toda una vida fiel a unas siglas. A eso le debe, en buena medida, su designación como candidato en 2004 y a eso, a su conocimiento de las personas, de las mentalidades y de la psicología de los «populares», le debe el haber sobrevivido a una muy larga oposición. También ha sido la encarnación de una forma de ser «popular»: clase media, apego al decoro, templanza, aversión a la queja. El único complejo, tal vez: no dominar del todo una plaza tan mundana, y tan frívola, como Madrid.
Servicio al Estado
Rajoy ha encarnado como nadie una larga tradición de políticos con vocación de servicio público. Lo característico no es el pertenecer al funcionariado. Es ajustar la propia conducta, y la acción política, a la dignidad y al honor del Estado. Le tocó, como una maldición, bregar con la corrupción en su propio partido. Lo ha hecho con algo de fatalismo, con humanidad y con sentido del bien público. Veremos pocos como él.
Liderazgo
Hay algo muy moderno en el liderazgo de Rajoy: la obsesión por los resultados y por las realidades evaluables, como en el mundo corporativo, en la técnica y en la ciencia. Nada de florituras, nada de literatura. Y aún menos, de narcisismo. También había algo muy nuevo en la política española: la obsesión por el pacto, por el acuerdo, por el consenso. De ahí su carácter de gran parlamentario. La izquierda española, enfrascada en sus demonios de siempre, ha dejado pasar la oportunidad de que los usos políticos de nuestro país, y España entera, dieran un gigantesco salto adelante.
Política
Rajoy fue la viva representación de la virtud política por excelencia: la prudencia. Prudencia no es desconfianza. Significa sobre todo empeño en evaluar las consecuencias de las propias decisiones algo particularmente difícil en política. Hay bastante de «erizo» en Rajoy, por citar la clasificación del pensador Isaiah Berlin, pero no tanto por atenerse a una sola idea como por respeto obsesivo a algunos principios básicos, los propios de la democracia parlamentaria: entre ellos, la continuidad en la obra de gobierno.
Presidencia
El presidente del gobierno de un país lo es también de sus propios partidarios, pero Rajoy habrá sido de los que más ha antepuesto el interés general a los de su partido. Por muy hombre de partido que fuera, Rajoy sentía muy poca simpatía por la política de facción, la meramente partidista. También ha sido un presidente antipopulista. Se recordarán sus implacables ruedas de prensa durante la crisis. Su pragmatismo termina por dibujar una imagen de gran complejidad, que se confunde fácilmente, en un mundo tan expuesto como el nuestro, con la indecisión. Ahora bien, Rajoy no ha sido nunca un indeciso y siempre ha tenido claras sus prioridades, entre ellas las responsabilidades que corresponden a cada uno.
Español
Hay en la gravedad, en la austeridad, en la contención de Rajoy algo profundamente español. Natural además, nada sobreactuado. Tampoco está sobreactuado el pudor con el que aparta cualquier rasgo personal. Las emociones se guardan bajo siete llaves, aunque a veces se note la irritación ante la inmadurez y la tontería. Entonces se vislumbra la inteligencia, que sólo se expone en el Parlamento y como instrumento político. Hasta tal punto llega el hermetismo, sin embargo, que se presta a una acusación, probablemente errónea: la de arrogancia.
Historia
Hay políticos que viven en el presente absoluto. Cada vez son más frecuentes, como corresponde a esta era de eterno presente en la que se ha instalado una sociedad adolescente. Rajoy ha sido, en cambio, un político obsesionado con la historia, y no por que dé al pasado un peso exagerado, sino porque inscribe su acción en lo que los historiadores franceses llaman la larga duración. Sabía de dónde venía y esa era de las pocas garantías que tenía de conocer –en parte– cómo llegar a donde quería. Rajoy odiaba las rupturas. Los avances son siempre graduales: reformas, cambios muy medidos, a veces retrocesos.
Carácter
Rajoy desconfía de las palabras y de las ideologías. Ahora bien, eso sugiere que cree en el sentido común de la gente, su capacidad para entender la realidad, en particular la realidad política –aquella que atañe a todos– desde una perspectiva impersonal, nutrida de respeto a la tradición, a la experiencia, a la institución. Político de raza, por tanto, pero de una raza en vías de extinción ahora que el yo y el activismo lo inunda todo. Rajoy invitaba a pensar políticamente. Se le ha respondido con moralina postmoderna ante la que disimula malamente su aversión.
Humor
Había en Rajoy bastante de anglosajón: su distancia, su respeto por el legado recibido, su pragmatismo, su disposición a negociar. Lo combinaba con un humor muy español, macerado en retranca y sorna milenaria, la de quien conoce desde dentro la vanidad de su propia dedicación que, por otro lado, ha amado apasionadamente. Y sin disimularlo.
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