Opinión

Si muero durante el concierto

Después del gatillazo de Joaquín Sabina en Madrid alguien pregunta sobre la conveniencia de que el artista devuelva el importe de las entradas. Cantó trece y al aterrizar en la decimocuarta le petó la garganta. «Al llegar al soneto tres mil trece / la máquina Ridruejo se detiene», escribió Gabriel Celaya de Dionisio Ridruejo. Quizá algunos confunden al daimónico y mercurial Sabina con el cerebral sonetista. Está el que disculpa al hombre pero condena al artista: las pájaras, en casa. Uno entiende la polémica si Sabina tuviera por costumbre liarla en las tablas en plan cantaor eléctrico que alternase gloriosas faenas y tremebundas espantadas. Yo mismo ironizaba este domingo sobre una supuesta costumbre sabinera. Algo así como los penaltis de Messi, que no mete uno, o los pucheros insufribles de Cristiano. No hay tal.

Después de más de 1.000 recitales repartidos en cuarenta años encuentro en las hemerotecas la suspensión de 2005, en Gijón. Aquella otra de Tijuana, 2013, cuando creyó sufrir un infarto. El Pastora Soler en 2014, a la altura de los bises; largos bises, eso sí, y entiendo la frustración por perdérselos. No creo que computen Toluca y Hermosillo, que había suspendido por adelantado. El otro día cantó 13. Mal, pero... Qué hacemos con la moralina de los puros. Qué con la saña de los justicieros. Qué con quienes asumen que el artista debe de cumplir como el atleta y más allá. Esas ganas de afilar la navaja y ese pasar al cantante por la picadora.

Acusar al cantante de desconsiderado y al actor de memo y al escritor de listillo bebe de la españolísima idea de que los artistas son, ante todo, unos vagos, egomaniacos y petulantes vendedores de crecepelos consagrados a sacarnos la pasta y míralo, el tío, si tiene el cuajo de vivir a lo grande, con las mierdas que escribe, y hasta opina distinto a mí, y va y lo dice, y encima sufre achaques y no invita a cañas. Descontado el evidente exceso de programarle a Sabina una de las giras más largas de su carrera, y asumiendo que incluso así ha rendido a buen nivel, propongo para evitar futuros malentendidos que a partir de ahora las entradas lleven una cláusula. Una advertencia autografiada. Una bengala en letra pequeña tipo «Si me muero a mitad del concierto... Hijos de puta... No me pidáis pasta».