Opinión
La Fiesta
La fiesta es el último aliento de los pueblos antes de morir. Más aún, después de muertos, cuando ya no queda un alma entre las ruinas, en muchas aldeas de España siguen celebrando la fiesta.
Los que se fueron vuelven ese día –puede que también vuelvan los muertos– y todo parece que revive. En la mayor parte de los casos esto ocurre en agosto. Las fiestas siguen siendo la última resistencia. Conviene tomar nota.
En las fiestas se conoce a los pueblos, lo que aún son o lo que fueron. En medio del ruido festivo, cada vez más común, vulgar y cervecero, consecuencia de la invasión urbana, aflora tímidamente el alma antigua del pueblo, sus señas de identidad, que le diferencian de los pueblos de alrededor. Es verdad que en muchos sitios esta peculiaridad se desfigura de año en año como los letreros a la entrada de los pueblos abandonados. Los tentáculos de la ciudad van apoderándose, cada año que pasa, de la vida del pueblo, y alcanzan, en verano, hasta el último caserío.
Cuando llegan las fiestas, todos los pueblos se esfuerzan en sacar del arca de la tradición las viejas costumbres y mostrarlas a los forasteros, la mayoría hijos o nietos de los que se fueron.
Por un día recuperan las danzas antiguas en la procesión de la Virgen, las móndidas y el mozo del ramo, la caldereta en el prado, que es una demostración de vino y fraternidad, y los partidos de pelota en el frontón, solitario durante el resto del año. La gallofa recorre las casas con dulzainas y tamboriles y los viejos juegan a la «tanguilla» como entonces. Son los despojos de un pasado que no volverá, una representación nostálgica y, como digo, un último gesto de resistencia a la muerte anunciada.
Los pueblos se mueren, a pesar del chispazo de vida de las fiestas, y los que sobreviven dejan, paso a paso, de tener vida propia. Acaban brillando bajo las luces artificiales y verbeneras de la ciudad. Le preguntaron a John Berger qué es lo más importante que hemos perdido, y respondió: «El sentido del pasado y el sentido del futuro. Lo que vivimos y lo que somos. Hoy el motor para vivir es el instante presente, que es el instante del mercado (...) Ya no sentimos, como se sentía hace muy poco, que los muertos están con nosotros ni que tenemos una deuda pendiente con los que aún no han nacido». Así es.
Dicho esto, me voy al pueblo. Me despido de ustedes hasta que pasen las fiestas.
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