Opinión
Los tics de Pablo Iglesias
el discurso con el que Pablo Iglesias se dirigió a su grupo parlamentario cerraba la puerta al acuerdo presupuestario con Pedro Sánchez. Sin embargo, esa misma tarde acudía a La Moncloa y sellaba con el presidente del Gobierno un pacto retransmitido al día siguiente con boato y pompa. Iglesias tiene sus maneras. Entre ellas, el hiperliderazgo, el secretismo y la laminación del disidente. Además, sus fogonazos autoritarios son apuntalados por una reducida guardia pretoriana que parece ahora empeñada en torpedear a Iñigo Errejón en Madrid.
El malestar en Unidos Podemos se ha expuesto con crudeza, a pesar de que nadie se atreva a hablar de ello en público. Que Iglesias no compartiese con sus diputados esa sintonía con Sánchez ha consumido muchas conversaciones. No entienden ese «estilo centralizado» ni sus decisiones «ni consultadas ni compartidas»: se enteraron por los medios de la firma de una entente que los vincula al PSOE con independencia de la suerte que corran las cuentas públicas. Un giro de tuerca que celebró con alborozo Iván Redondo, el jefe de gabinete de Sánchez, muñidor de la estrategia de empezar con Podemos y, después, buscar la mayoría.
La mediación de Iglesias visitando a Oriol Junqueras en la cárcel de Lledoners para «madurar» a ERC de cara a la negociación de los presupuestos también levanta críticas. Aunque el papel de interlocutor no es nuevo para Iglesias dada su contribución a la moción de censura que llevó al PSOE al Gobierno, esta vez los independentistas han dejado claras sus verdaderas intenciones sobre los presos del procés. Y ello lleva a tener que estar muy atento para no terminar grogui en la refriega partidista.
Con todo, el acuerdo Iglesias-Sánchez ha oxigenado a Podemos. Sin embargo, la crisis en Cataluña es tan inhóspita que infunde miedo a las huestes moradas con el 26-M tan cerca: «¡Ciudadanos nos ha dado el “sorpasso”!», repiten. Son conscientes de que el conflicto catalán engorda a Albert Rivera y de que eso puede arrojarles a la cuarta posición y, fruto del sistema de reparto de votos, truncar demasiados asientos en ayuntamientos autonomías. «Veremos si la vanidad de Pablo no nos lleva a morir de éxito», zanja un asesor suyo.