Opinión
Debelando al votante medio
Como tantas frases atribuidas a Winston Churchill, es seguramente apócrifa ésa en la que asegura (o no) que “el mejor antídoto contra la democracia es una conversación de una hora con un votante medio”. Puede que sólo sea una boutade o, a lo peor, es una gran verdad disfrazada de cinismo. O puede que sea la amargura que destilan los malos perdedores, y como tales hay que debelar al partido que no ha sabido desbancar al PSOE del gobierno andaluz en casi cuarenta años, plusmarca vergonzante que será ampliada por otro cuatrienio, a tenor de todos los pronósticos. Lo que no quita, redes clientelares aparte, para que un observador imparcial se pregunte legítimamente, al contacto con la Andalucía (no tan) profunda, si la masa electora está dotada de herramientas para decidir con criterio.
Paco Gandía, genio sevillano del humor, tildaba sus chistes de historias verídicas porque, seguramente, sus largos relatos (fue un monologuista avant la lettre) eran tanto fruto de su fantasía como de la observación de la fauna que lo rodeaba. “Ese niño que no comía caliente desde que cayó de boca en el brasero, desde que su madre le daba la teta al sol...”. Verídico fue, sí, el encuentro casual de este cronista con el votante medio churchilliano en una dependencia municipal cualquiera adonde lo llevó el cumplimiento de un sencillo trámite. En la llamada Oficina de Distrito se concita lo más granado del proletariado barrial, una multitud desocupada que alimenta el tópico de la vagancia meridional y provee de argumentos a quienes se escudan en el mito del voto cautivo para tapar su propia incompetencia.
Dos ancianas repasaban la lista de admitidos para una actividad lúdica extrañadas de que el orden alfabético se basase en el apellido y no en el nombre; un acordeonista rumano (los residentes comunitarios votan en las municipales) quería empadronarse... en otra ciudad; a una funcionaria le daba, literalmente, un ataque de risa cuando un ciudadano estadounidense quiso dirigirse a ella en inglés; un yayoflauta fiscalizaba a voces la duración de la pausa para el desayuno de los trabajadores; un policía local encomendaba a una gitana canastera la gestión del dispensador de números; una señora enjoyada se encaraba con ella cuando trataba de ayudarla; y un largo etcétera de personajes que parecían haber salido del magín de los hermanos Álvarez Quintero. He aquí la savia urbana de la capital de Andalucía, de modo que cójanos Dios confesados.
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