Opinión

La monarquía autoritaria

La formación de la monarquía autoritaria en el Occidente de Europa tuvo lugar en la España de los Reyes Católicos: Isabel I de Castilla (1451-1504) y Fernando II de Aragón, V de Castilla (1452-1516); en la Inglaterra de la dinastía Tudor y su primer rey Enrique VII (1485-1509); y en la Francia de Luis XI (1423-1483). Francis Barón los llama «los tres Reyes Magos». La época de instauración de estas monarquías es una etapa de capitalismo inicial, es decir, de centros mercantiles, rutas de intercomunicación, focos financieros y, en consecuencia, de afirmación de la sociedad urbana, en la que la fundación de Estados de contenido autoritario era inevitable. También, una época formativa de nuevos tipos culturales, en este caso de expansión de la sociedad cristiana occidental que coincide con la afirmación, junto con la monarquía, de la sociedad eclesial, de la idea unitaria mediante una confluencia integradora: el Estado moderno es el resultado y ello origina una quiebra de instituciones provinciales, señoríos y ciudades libres.

Los tres Estados monárquicos occidentales de Europa señalados tienen ante sí tres grandes tareas: imponer la autoridad unitaria mediante el centralismo del ejercicio del poder; controlar la vida económica organizando la circulación de bienes, embargando para ello una parte importante de la renta nacional para sufragar sus gastos, su administración y sus empresas, en el caso de que los gastos excedieran a los ingresos, recurriendo a los empréstitos; por último, en tercer lugar, participar en la vida espiritual, sin la cual ninguna sociedad podría mantenerse en pie; si fuese posible tratar un máximo en los valores religiosos.

También, aproximarse –y en su caso proteger– a los movimientos creadores de la cultura, sin dejarse desbordar por sus inquietudes innovadoras. Fernand Braudel, en el volumen III de su historia económica del Atlántico entre los siglos XV y XVIII afirma, junto a etnólogos como Jean Poitier, que «el hecho económico no puede ser plenamente captado por el economista más que si este va más allá del economía». Dice Braudel que la América española, forzosamente y desde el comienzo, fue un elemento decisivo en la historia del mundo.

Es de recordar en este sentido el análisis llevado acabo por John Fraser Ramsay en su estudio sobre «España: el origen de la primera potencia mundial», en el que el eje sustentador de este juicio fue, precisamente, la monarquía mediante una política tenazmente mantenida durante un largo período de tiempo. Actualmente, la ciencia historiográfica –en concreto, véase «Idea de la Historia», de R. G. Collingwood– ha dejado establecido que las nuevas monarquías fueron precursoras del Estado moderno, sobre la base del más absoluto centralismo. El tránsito del siglo XV al XVI fue extraordinariamente duro y arriesgado: en España, en concreto, culminación de la reconquista del Reino de Granada; expulsión de los judíos; culminación de la rivalidad oceánica con Portugal; Fernando el Católico, obligado a enviar al «Gran Capitán» a Italia; las negociaciones con Cristóbal Colón; muerte (1504) de Isabel I de Castilla y con ello cambio dinástico de gran envergadura; Lutero clava sus 95 tesis en la puerta de la catedral; y Carlos V empuja a España al centro de las guerras de las reformas.

El descubrimiento de América fue una empresa de Estado de enorme importancia y responsabilidad, que concluyó con la integración del continente entero en la monarquía católica. La incorporación de las Indias en la monarquía católica y la institucionalización llevada a cabo por España, dirigida por la monarquía, fue una gran obra y la creación del «Estado en el Derecho Indiano», título posible sobre todo por la enorme fuerza creadora del Derecho Indiano. La importancia del mundo americano hispánico en el mundo europeo occidental –España/Portugal, Francia, Gran Bretaña– es considerable con posibilidades en el Atlántico, el Índico, inmensas para el comercio, pero también para las sociedades, la rutas y comunicaciones, los valores estratégicos, la notoriedad de la creación de inmensos territorios de alta producción y la vida espiritual e intelectual que, desde el impulso humanista, brilló en el Neoclasicismo, la Ilustración y el Romanticismo. América hispánica es un importante sujeto diplomático, desde cuyo cuerpo se conduce, negocia y se acuerdan las políticas exteriores de los Estados, con las directrices elaboradas por los poderes centrales de los Estados. La formación de un sujeto diplomático origina la caracterización del sujeto de la política exterior: alianzas, previsiones, atenciones en el conjunto de las mentalidades políticas internacionales. En la inmensidad del área atlántica y oceánica este conjunto ha tenido el mayor interés y originado la máxima interacción de la diplomacia y el estudio de los cuerpos diplomáticos español y británico de Gran Bretaña.