Opinión
El francotirador
Si tienen ustedes un chat, recuerden que, cualquiera que participe en la conversación que comparte con usted, puede hacerla pública. O lo que es lo mismo, no se envalentonen, no digan tonterías y mucho menos amenacen. Aunque sea una comunicación privada, puede acabar en los tribunales y costarles un serio disgusto. Todo eso viene a cuento del ya tristemente famoso «francotirador» que dijo querer atentar contra la vida del presidente Sánchez. No tiene ni miajita de gracia la cosa y no se trata de lavarle la boquita con jabón al tipo, sino de que la Justicia actúe. Con todo, conviene reconocer que, quien más y quien menos, dice barbaridades –no tan grandes y delictivas, pero casi– en tantos de esos chats que recogen millones de frases estúpidas y poco reflexionadas cada segundo. Lo cierto es que el hombre de 63 años, que quiso epatar en general a su grupo de amigos, y en particular a una de las mujeres del mismo, resultó ser un tirador aficionado –mediocre–, que tenía un arsenal de armas –aunque pocas funcionaran y ninguna fuera útil para la larga distancia–. Y eso, claro, creó más alarma, porque las armas dan miedo y ya se sabe que, quien las tiene, aunque sea con licencia –a ver si se regula eso de una vez–, puede llegar a usarlas. No parece probable que un tipo dispuesto a cargarse a un presidente del Gobierno lo cuente por un chat y tampoco que sea el mismo delito insinuarlo por esa vía, que promover la violencia en público, pero, si alguien lo denuncia –y no está mal que se haga– el tipo en cuestión debe acabar frente al juez y siendo castigado como determine la ley.
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