Opinión

Sánchez y la inmigración

La política migratoria del doctor Sánchez es un batiburrillo de ardores y privaciones, de ideas, se entiende, casi tan ininteligible como su tesis doctoral. La cosa empezó con una exhibición progresista y aparentemente humanitaria con lo del barco «Aquarius» –en cuya recepción se emplearon los medios que, en los mismos días, faltaron para las operaciones rutinarias en aguas del mar de Alborán y del Estrecho–, pero continuó con acciones represivas y expulsiones en caliente mientras se anunciaban cambios en las vallas de Melilla y Ceuta para hacerlas más asequibles al asalto –aviso fútil, lo sabemos ahora, porque ni para eso ni para otras cosas alejadas de Cataluña hay presupuesto–. Y de momento acaba con otra recepción de una embarcación-ONG –el «Open Arms»–, ahora sin tanto armatoste solidario, inmediatamente después de haberle negado el pan y la sal al «Nuestra Madre Loreto», el pesquero de Santa Pola que cumplió con lo que las leyes del mar ordenan y se topó con el rechazo de unos cuantos gobiernos europeos para los que esas normas son papel mojado.

Conviene señalar que la tan errática e improvisada política del doctor Sánchez coincidió con el endurecimiento de los países europeos ante los asuntos migratorios, lo que dio como resultado el desvío de las rutas ilegales desde el Mediterráneo oriental hacia nuestro país. Y de esta manera nos hemos encontrado en 2018 con 62.000 inmigrantes asiáticos y africanos que, salvando el Estrecho, han llegado a aguas españolas. Total, casi el triple que en años anteriores y sin instalaciones y preparación para atenderles; y, lo que es peor, sin saber qué hacer con ellos. En consecuencia, la demagogia antimigratoria no se ha hecho esperar, produciendo, por cierto, efectos electorales. Y para combatirla al gobierno no se le ha ocurrido mejor cosa que ordenar el apagón informativo a Salvamento Marítimo para que ya nadie sepa cuántas personas se añaden a la estadística de los rescatados con vida –o muertos– en el Mare Nostrum.

Una política migratoria sensata es la que incide sobre la capacidad de absorción de cada una de las diásporas que se instala en el país, lo cual depende, para cada caso, de la afinidad cultural entre inmigrantes y nativos. Es esa capacidad, como mostró hace años Paul Collier, la que determina el punto de equilibrio en el que la entrada de foráneos se compensa con el flujo de quienes se asimilan, enriqueciéndolo, al modo de vida local. Es en esto en lo que nuestros gobernantes debieran pensar antes de actuar de manera alocada como el doctor Sánchez. Pero ello es incompatible con el oportunismo y requiere ejercer el intelecto.