Opinión
Jornada de reflexión
Pudiera ser que mañana se resuelva la racha de legislaturas cortas en las que llevamos instalados desde las elecciones de 2015, aunque no confío en ello. Ese año marcó un punto de ruptura en nuestro sistema político de manera que éste dejó de estar sustentado sobre la hegemonía compartida de dos partidos nacionales –PSOE y PP, uno de los cuales estaba llamado a gobernar– y otros dos regionales –PNV y CiU, que servían de acomodo–. Ese modelo fue sobrepasado por la emergencia de nuevos partidos nacionales, como la efímera Upyd, Podemos, Ciudadanos y ahora Vox, así como por el empujón independentista que encontró, en esa algarabía, un hueco para expandirse. Y todo augura que tal vez en esta ocasión pueda haber algún participante más en el reparto del Congreso. Las causas de tal mutación son complejas y apenas han sido estudiadas; pero más allá de su detalle, lo relevante de tal fenómeno ha sido una fragmentación del electorado que ha convertido en disfuncional al sistema electoral, sencillamente porque no fue diseñado para esas condiciones y, en ellas, no puede proporcionar unas mayorías estables de gobierno. No ha habido mejor prueba de esto que la moción de censura que abrió las puertas de La Moncloa al doctor Sánchez y a su gobierno Frankenstein.
Para mañana, los viejos partidos, otrora dominantes, apelan al voto útil aunque no hayan hecho el menor mérito para adaptar sus pretensiones a la situación de fragmentación. No me refiero a la renovación de su liderazgo –que los socialistas hicieron antes y los populares después, ya casi sin tiempo, por cierto– sino a la promoción de pactos preelectorales ajustados al reconocimiento de los nuevos actores. Tales arreglos son los únicos que hubieran podido proporcionar cierta certidumbre a los electores acerca de las posibilidades de éxito de su voto, pues así lo determina la distribución provincial de escaños y la regla de su reparto, la Ley D’Hont. Pero en vez de ellos, han optado por fiarlo todo a unos acuerdos postelectorales que, a priori, son de borrosa extensión y que, en su caso, pueden dar lugar a la entrada, en la esfera del gobierno, de actores que son indeseables para muchos de los votantes. A este respecto, es claro el rechazo de una gran mayoría de éstos a la desorbitada influencia que han adquirido los nacionalistas en la legislatura que ahora se cierra. La izquierda, es notorio, no le hace ascos a esto y está dispuesta a transigir con ello. La derecha, en cambio, parece haber aprendido que, con esos sacando tajada, el país se dirige hacia su desmembración. Para mí esto es lo que cuenta.
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