Opinión
Gispert en la pocilga
La piara de insultos se amontona en la marranada nacional. Núria de Gispert tuvo una educación privilegiada. Hija de abogado. Mujer de uno de los fundadores del Banco de Barcelona. En fin, una representante de lo que un día fue la burguesía catalana, que es la que al cabo hace todas las revoluciones que en el mundo han sido; la burguesía, digo. Comportarse como una niñata de la CUP sin llevar el corte de pelo de la CUP resulta tan chocante como si ella admitiera okupas en su casa y le llenaran el salón de petas.
Pero ya lo que parecía imposible en Cataluña sucede con tanta normalidad que los cambios parecen maldiciones bíblicas o los augurios del sueño de un faraón. Núria de Gispert, la señora Gispert, emponzoña el medio ambiente al tildar en un tuit, tan cobarde como gamberro, de cerdos a sus contrincantes del PP y Ciudadanos. La pocilga, lo dejó claro Passolini en una de sus más raras películas que llevaba ese título, es un estado mental. Así ha quedado demostrado. Es posible que el independentismo también lo sea. La cochinera está en su cabeza. El italiano filmó los tabúes de la zoofilia y el canibalismo. Pobres cerdos.
Los animalistas deberían protestar ante la RAE por asociarlos a la repugnancia, con lo bueno que está el jamón de pata negra y el pan con tumaca, una apropiación cultural andaluza al estilo Rosalía. Si a algún partido se le hubiera ocurrido la poco afortunada comparación de Gispert con la cerdita Peggy estaría ilegalizado. Pero Torra mantiene la Creu de Sant Jordi, que en teoría, ahora teorema, corresponde a una persona respetable, no a un puerco, aunque Gispert escribiera con dedos de butifarra.
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