Opinión

Una visión compartida

La iniciativa novedosa del presidente del gobierno de reunirse con los líderes de los tres partidos con mayor número de votos y escaños después del PSOE, es positiva y augura un buen comienzo de legislatura. Han sido tantas palabras necias y oídos sordos a lo largo de tanto tiempo que, unidos a la lucha sin cuartel propia de la campaña electoral, hacen aconsejable impulsar un clima de distensión.

Por su propia naturaleza y por el tiempo de celebración, las reuniones del presidente no pueden ser confundidas con las que posteriormente, una vez constituido el Congreso de los Diputados, celebrará el Jefe del Estado con los líderes parlamentarios de todos los grupos para encargar la investidura y posterior formación de gobierno.

Creo que la actuación del presidente se enmarca en el terreno político y no el institucional, propio del artículo 99 de la Constitución, y es una forma de mandar un mensaje al conjunto de la sociedad para demostrar que sus llamamientos permanentes al diálogo durante la campaña, no se quedan en palabras a la semana siguiente de las elecciones. De esos encuentros no tienen necesariamente que salir acuerdos concretos o pactos que den lugar a alianzas futuras de gobierno. Sería suficiente con que inaugurasen un período de deshielo en las relaciones políticas frente al tiempo del silencio y la incomunicación.

Quizás los encuentros puedan servir para sentar las bases de un gobierno plural y equilibrado del Congreso y del Senado. Las mesas de ambas cámaras, más allá de las mayorías que lógicamente se conformen, deberían respetar el peso y la representación de las principales fuerzas políticas. Comenzar la legislatura con el consenso de los principales partidos respecto al gobierno de las cámaras, que van a ser el epicentro de la actividad política en los próximos años, sería una forma inteligente de empezar a superar la crispación del pasado.

Aunque me conformaría con que de esas reuniones saliese el comienzo de una época en la que no tengamos que estar todos los días discutiendo sobre lo que es real y lo que es una exageración o una desfiguración de la realidad. Si necesario es para el país un proyecto compartido sobre nuestro futuro, aún lo es mucho más una visión compartida sobre la situación del presente. Porque ante cada debate o problema al que se enfrenta España y sus instituciones, no deberíamos asistir a un cruce de juicios exagerados y dramatismo teatralizado. Ponerse de acuerdo sobre la situación real de nuestra economía y finanzas, del estado del bienestar o de la profundidad de la crisis territorial, es un paso anterior e imprescindible para poner en marcha las reformas pendientes. El diagnóstico compartido sobre la situación real del país debería ser previo al tratamiento aplicado. De esa forma las fuerzas políticas podrían dejar de perder tanto tiempo en discutir sobre lo que es real y sobre lo que es una construcción artificial de una realidad paralela.