Opinión
La fiesta de la butifarra
En el 1-O París seguiría siendo una fiesta, pero Barcelona no se quedó atrás. Allí se celebró la romería procesional de la butifarra, a decir de unos de los testigos del juicio al «procés», para el que aquella jornada particular en vez de cristales rotos hubo coros y danzas contemporáneas, primavera en otoño. Para otro de los que se sentaron ayer, sin embargo, la Policía levantaba a los hombres por los testículos, con saña por supuesto, y aquello no fue violencia de género por razones obvias. Las imágenes que dieron la vuelta al mundo explicadas hoy se resumen en butifarra y cojones aunque en su momento extasiaron a la Prensa extranjera ansiosa de pillar una bota contra la cara de un pobre ciudadano que tenía derecho a votar en un referéndum ilegal.
Las fotos en «off» tienen el inconveniente de que cada cual puede poner el pie que considere oportuno, de tal manera que los más aplaudidos «fake» fueron oficiales, eran media verdad, lo que equivale a una mentira, o a una verdad de mala fe. ¿Entonces, se celebró la fiesta de la butifarra o una secuela de la «La jungla de cristal» con muchos Bruce Willis apretando la entrepierna de los inocentes? Es algo que habrá que decidir el Tribunal en la ardua tarea de dar cuerpo jurídico a la butifarra.
El serial del juicio, entre momentos dramáticos y tensiones políticas, encuentra también respiros para el festival del humor. El zoológico de Barcelona cerrará. Se van los rinocerontes pero se quedan los diplodocus. El mundo de las especies animales, aun en peligro de extinción, es de tal variedad que no nos reconoceríamos en un actual catálogo razonado. Lástima que esté llegando el fin de los episodios declarativos del nacimiento de una nación. El animalario.
A muchos les está tocando la hora del rezo. No a Junqueras, que ya rezaba y contaba con Los Santos Apóstoles de su lado. Les ayudará el nuevo arzobispo de Tarragona, Joan Planellas Barnosell, que ha de guardarnos el secreto de confesión nacionalista. El guardián de la Cristiandad se enfrentó a Boadella por la estelada que se alzó al viento de su parroquia. Era lo que pedía el pueblo. Si en vez de en la gerundense Jafre estuviera comandado en Sitges le habrían pedido una bandera gay. Y estaría por ver si ondearía. Todas menos la de España, claro, que sólo sirve para encerdar los tuits y limpiar la grasa de la butifarra. La sesión del juicio de ayer nos dejó un pellizco de aldea, rabioso, contundente y feliz del que aún conservamos los moratones. A la espera de la próxima emboscada.
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