Opinión

Verónica, Osoro y la indiferencia

La historia es la de un obispo que entró en un lupanar de Orense y pidió una cerveza. En el antro se hizo silencio, un vacío que se cortaba con un cuchillo: «Pregunté en la barra por la chica y me dijeron que estaba ocupada. Decidí esperar. Y exigí su pasaporte al dueño del local». Hubo una discusión entre el proxeneta y el cura. «Ella quiere irse de España –explicó el segundo– y usted no tiene derecho a retenerla». Con desprecio, el del puticlub arrojó los papeles sobre la barra. Monseñor Carlos Osoro los recogió parsimoniosamente y acompañó a la mujer a la salida. La mujer se había dirigido al hombre del alzacuellos en plena calle: «Ayúdeme, padrecito, me han quitado los papeles y no me dejan irme». Hoy está felizmente casada, es madre de familia y ambos mantienen contacto. Nunca sabremos el nombre de la muchacha ni dato alguno que nos permita inferir su identidad, sencillamente porque Osoro es un caballero cristiano. Ayer presentó en el Club Siglo XXI una ponencia bellísima sobre el magisterio de Francisco. «Dios ve en cada uno de nosotros –dijo– un núcleo de belleza imborrable. Al margen de los desastres que provoquemos, su amor se mantiene siempre. De aquí nace la cultura del encuentro».

Qué distinta de la historia de Verónica, la trabajadora de la empresa Iveco cuya ex pareja difundió un vídeo de contenido sexual. La mujer, de 32 años, madre de dos bebés, se ha suicidado cuando ha sabido que la cinta había llegado a su marido. Cientos de personas, la empresa entera, vieron la cinta difundida insensatamente por un simple clic y la reenviaron a su vez sin pensar, sin calcular que detrás había una persona cuyo destino estaba en juego.

Francisco Rivera ha comentado a este respecto: «Los hombres no somos capaces de tener un vídeo así y no enseñarlo». Inmediatamente la opinión lo ha demolido. Pero yo no me creo el escándalo de tantos por las declaraciones del torero. Vivimos en una cultura cotilla, entrenados en la recepción de continuos estímulos, regocijándonos en las debilidades ajenas. La nuestra es una época donde los medios y la sociedad educan en el escarnio. La persona no vale nada frente a un sabroso chismorreo.

Es hora de vindicar la caballerosidad. El comportamiento del hombre que tiene como timbre de gloria la discreción, sobre todo acerca de las señoras. Existen estos hombres que no hablan jamás mal de nadie, que no difunden las críticas. En palabras de don Carlos Osoro: «Es hora de colocar de nuevo a la persona en el centro. De una ecología cuyo centro sea el ser humano y donde no sea posible la indiferencia que conduce a la inmoralidad». La indiferencia ha matado a Verónica.