Opinión

Política de vetos

En los años 90, en sus primeros tiempos, FAES celebraba seminarios a puerta cerrada y sin publicidad para que los asistentes tuvieran la seguridad de que su nombre no se iba a relacionar con el Partido Popular. España es una sociedad bastante cobarde, más aún lo son sus elites y bastantes de aquellos vetos se han prolongado en el tiempo. Lo saben todos aquellos que han tenido que afrontar alguna vez, en su carrera profesional, los tabúes que produce el consenso ideológico, ya sea sobre el pasado español, sobre el nacionalismo hasta hace muy poco tiempo o sobre algunos otros asuntos sobre lo que es mejor evitar cualquier posición. Fuera hace frío, ya se sabe.

Lo mejor de todo es que el propio Partido Popular, que en sus inicios fue objeto de vetos brutales, luego se sumó con armas y bagajes al dichoso consenso, feliz de ser aceptado... Y dispuesto a pagar el precio de no conseguir jamás una base social con una tendencia ideológica distinta de la dominante, que tiende, como es natural porque es de lo único que se nutre, a la izquierda.

Tenemos por tanto una muy larga experiencia en vetos y prohibiciones, materia central de la vida cultural, social y política de nuestra democracia. Poco tiene de nuevo, por tanto, el veto a Vox. Funciona otra vez, y otra vez con el mismo cinismo, como la llamada de tribu para reconocer a los suyos y como una forma de consolidar una posición dominante.

Pero una cosa será el veto a la marca y otra muy distinta a los temas que Vox ha contribuido a plantear, desde la inmigración ilegal al adoctrinamiento en las escuelas, las consecuencias indeseables de las leyes de género, la Memoria histórica o el castellano en la enseñanza de las Comunidades Autónomas bilingües. Ha hecho falta que surgiera un nuevo partido, impulsado por la indignación que provocó el golpe de Estado de los nacionalistas catalanes, para que estos asuntos empiecen a cobrar realidad política. A lo mismo se enfrenta Vox, un movimiento en buena medida cultural, con un fuerte perfil ideológico, que habrá de reconvertirse en un actor político, como ya lo ha empezado en las negociaciones de estos días. Los vetos van a seguir vigentes, y seguirán amedrentando a quienes están dispuestos a dejarse amedrentar, que son muchos. Los hechos van por otro lado.