Opinión
Pedro sobre el alambre
Una moción de censura con preparativos mucho más alambicados de lo que en aquel momento se interpretó y una demostración de torpeza política sin precedentes desde un gobierno del PP que ya no veía por donde le rondaba el aire dieron con la llegada a la Moncloa de un perfecto desahuciado para ganar elecciones al frente del PSOE. Con la misma facilidad el para muchos «presidente por accidente» puede acabar dilapidando esa posición ventajosa ganada a golpe de decretos, televisión y cainismo de la derecha, si en su particular manejo de los tiempos acaba enredándose con su propia cuerda. La soberbia trufada de vanidad suele ser mala compañera en política. Si el lunes asistíamos a una primera jornada en la sesión de investidura convertida en el mundo al revés en la que el supuesto socio potencial con quien se negocia parecía el más vehemente jefe de la oposición, con unas vergüenzas de relación sobre el escenario que más parecían los mutuos reproches entre acordes del duo Pimpinela, ayer en el primer intento fallido por pasar el corte se concretaba el arranque para la puesta en marcha de un reloj de la democracia que podría no tener parada en septiembre, sino en la convocatoria de nuevas elecciones. Todo ello previa exposición ante sus señorías de un proyecto de país de las maravillas encajado en un discurso plúmbeo de dos horas.
Con personajes como los que nos ocupan no es sencillo atisbar lo que puede ocurrir en la votación de mañana, no existe esa lógica por la que algunos habíamos venido apostando y que mantiene que el rechazo de González a sumar con Anguita una mayoría en el año 93 fue la excepción que confirma la regla. Sánchez partía desde la noche del 28 de abril con una clara ventaja, dilapidada por la ceguera de una soberbia que le ha empujado a jugar catastróficamente sus últimas manos. Si el influyente entorno que aboga por hacerle doblar la apuesta en el todo o nada de unas nuevas elecciones se impone, nada le garantiza una nueva victoria con los guarismos más claros a la hora de no continuar siendo dependientes de otros grupos, ni una baja participación con la parroquia desmovilizada, ni mucho menos que las derechas se muestren solo torpes pero no absolutamente torpes.
Hoy, la entretela del Congreso apurará los últimos intentos para un acuerdo in extremis de esos a los que ya se nos viene acostumbrando desde el postureo e incluso la dejadez acarreados por la incapacidad para hacer de la fragmentación parlamentaria oportunidad de pacto. Aun así, con independencia de que mañana haya o no «fumata blanca», el interrogante puesto sobre la mesa ya si reparos por significados miembros del PP parece inevitable, ¿tan dramática hubiera sido una repetición de elecciones? Tal vez más para algunos partidos que para los ciudadanos.
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